martes, 20 de abril de 2010

HIPATIA. PARADIGMA DE LA HIJA DEL PADRE

En esta entrada prosigo mi comentario sobre la película AGORA, del cineasta español Amenábar. En este sentido, mi buen amigo Raúl Ortega ha publicado un esclarecedor artículo, titulado Si Hipatia de alejandría levantara la cabeza..., en el que examina, entre otras cosas, a la figura de Hipatia en el marco de la psicología. He seleccionado el siguiente fragmento, que servirá como punto de partida para una amplifiación, que continuaré en una próxima entrada. Por ahora, disfruten del texto:

"Estamos obligados a plantearnos la cuestión de hasta dónde hubiera llegado el recuerdo de Hipatia si su muerte hubiese sido distinta. Si una horda cristiana descontrolada no la hubiera linchado ¿habría honrado su memoria el fanatismo cientifista de la Ilustración, o la habría despreciado como supersticiosa, si acaso hubiera tenido noticias de ella a través de la obra de Teón y del epistolario del obispo de Ptolemaida? Porque, como ya sabemos, es Sinesio el mejor informador que tenemos acerca de quién era ella realmente, y él nos devuelve la imagen de una mistérica, de una filósofa en el sentido que se llamaban filósofos los alquimistas. Desde luego no de una científica racionalista tal y como hoy entendemos eso. Acceder a la Hipatia puramente matemática sería sólo posible a través de su producción estrictamente académica, y ese es un trabajo forense hercúleo. Primero, porque ya en el siglo X la Suda nos advierte que sus trabajos se han perdido. Segundo, porque aún habiendo sido capaces hoy de rastrear y rescatar cierto monto, separar nítidamente el texto original del añadido por los comentaristas, y diferenciar entre sí a éstos es a menudo todo un rompecabezas. Por ejemplo, en el Almagesto, la distinción entre la aportación de Teón y la de su hija crea disensiones entre los investigadores. Al respecto de la a menudo indiferencible obra de uno y otra, Clelia nos dice:

“En todo caso, las obras en las que Hipatia participa estarían reflejando no tanto sus intereses personales como los de su padre, en la medida en que las aportaciones de la filósofa aparecen vinculadas a los trabajos iniciados por Teón“.

En una imagen muy gráfica, aunque demasiado simplista, podríamos decir que el espíritu de Teón está a la sombra de los grandes pensadores que le precedieron y que el de Hipatia lo está a su vez de Teón. En realidad, al investigador psicólogico no le hace falta rastrear con lupa los escritos tardoantiguos para percatarse de cuál es la energía psíquica que crea una constelación familiar así, y ningún dato más necesita de los que ya dispone hace rato para diagnosticar con precisión qué arquetipo es el que está activado en la vida de Hipatia, conformando su carácter y su obra. Es una potencia precisamente muy presente en la sociedad griega (por razones que expondremos luego), y es bonito decir que en honor a ello fue bautizado como prototipo atenea, la hija de Papá. Es muy divertido el guiño que nos hace la misma Historia, al haber empujado al poeta Maurice Barrés a escribir una obrita titulada “La virgen asesinada”, donde se sube en 1888 al concurrido carro de la versión muy libre sobre las historias de nuestra querida filósofa (precisamente contando las cosas de un modo bastante similar al guión de Ágora), en la que le cambia el nombre a Hipatia por el de Atenea.

En un comentario que yo mismo hice a la obra de Shinoda Bolen, expuse mi propia versión del síndrome atenea de este modo [4]:

“La diosa Atenea prestó su nombre a la gran ciudad de Atenas, la patrocinó, y también fue protectora de Esparta. Dos ciudades que enarbolan para la Historia sendos estandartes de la masculinidad: la concentración y profundidad del pensamiento y la pasión guerrera. Así como Esparta y Atenas fueron hermanas y fueron rivales, el pensamiento y la guerra incluso cuando no se llevan bien siguen siendo siameses inseparables. Esto es lo que nos transmite la imagen de la diosa y sus atributos, con su casco, su escudo y su lanza como símbolos guerreros, y su mochuelo como símbolo de conocimiento: un compendio unificado de las cualidades masculinas más determinantes invistiendo a una mujer. Con esta mezcla de géneros, y siendo también una deidad promovedora de la virginidad, a veces no resulta inmediato distinguir una personalidad Atenea de una Artemis. De hecho, hay un subgrupo especial de ateneas que procede de artemisas, donde el pensamiento y la intelectualidad se han solapado a la intuición. Pero la encarnación más frecuente de esta diosa es la mujer decididamente solar, no lunar, cuyo elemento es más la cultura y la civilización que la salvaje Naturaleza, y que se apoya antes en cualidades conscientes como la estrategia y la voluntad que en la recepción pasiva de información desde lo inconsciente. Siendo tan guerrera como Artemisa, mientras ésta lucha casi exclusivamente por preservar su individualidad a salvo de las coacciones sociales y garantizarse el suficiente poder frente al medio que le permita a su naturaleza expresarse sin cortapisas según le venga en gana, Atenea, para quien el medrar en sociedad es vocacional, a menudo también se embarca en arduas y sonoras competiciones por el placer del triunfo en sí, y con avidez de mando, popularidad y reconocimiento. Mientras Artemisa no es raro que sea huérfana (literalmente), en el centro de la personalidad de Atenea, escondida más allá del casco y el escudo, suele haber una tierna feminidad que se alimentó de niña de una profunda relación con el padre, fascinada por sus cualidades intelectuales y sus habilidades técnicas, en la que el latente lazo erótico cedió su lugar a un casto compañerismo, y donde ella empezó a encarnar el carácter de un prometedor hijo varón que continuaría la misión de su padre. Esto suele ocurrir cuando la mujer ya nace con una fuerte complexión masculina implícita en su inconsciente, que puja por salir y abrirse hueco a través de la personalidad femenina (y en la relación con el padre encuentra la primera excusa), pero también hay casos en que Atenea es en realidad una Afrodita educada por sus mentores para el combate. De una forma o de otra, Atenea no es unisex. Su personalidad masculina lo es más que Artemisa, y su personalidad femenina también. Es dos cosas a la vez, lo cual es especialmente problemático. El varón que emerge desde lo inconsciente puede llegar a convertirse en un violento tirano con el ego femenino. A veces le exige a la mujer perfección inhumana, por ejemplo, y es el responsable en último término de la temible anorexia. No sólo a favor de sus intereses profesionales, sino también por las necesidades de su feminidad, Atenea se resiste a la soledad y busca siempre abundantes relaciones masculinas, estando su entorno ricamente entretejido de amigos, colegas, socios y mentores. Pero su pragmática frialdad varonil sostiene un muro que hace imposible un acercamiento verdaderamente íntimo. Sólo un héroe, que supere mil pruebas impuestas, se encontrará con la ternura y la entrega que está guardada con siete sellos en su corazón, un suceso que, desde luego, no ocurre frecuentemente. En alguna ocasión, Atenea se rompe en sus dos mitades, y se convierte en una agresiva ejecutiva de día y en una adicta a prácticas de sumisión sexual de noche.

La leyenda nórdica que relata la rebelión de la walkiria Brunilda contra el belicoso dios Wotan, a favor del amor y la pareja, nos cuenta un proceso de liberación del ego femenino de la cárcel en que se ha convertido un complejo paterno despótico. Pero también hay casos donde la respuesta a un conflicto de esta naturaleza que se ha vuelto desagarrador es justo la inversa: avanzar resueltamente por el sendero de la varonilidad, y ser cada día más Atenea. Espaldas anchas, caderas estrechas. Madre soltera de una numerosa colección de libros“.

Considero la función intuitiva de Teón muy poderosa, más aún que su intelecto (por eso lo aprecio como a un personaje más importante que aquél que la Matemática ha sido capaz de ver en él), siendo en Hipatia la función intelectual (aquella que proyecta en su padre, y que la mantiene atada a él) más determinante de su carácter, pero no tanto que eclipse completamente a su intuición. Siendo atenea una aristócrata académica nata, y artemisa una sacerdotisa desde el momento de nacer, Hipatia representa una mezcla de ambas, como una magnífica expresión de las dos potencias es el platonismo, su lugar por ende natural. Mientras que Teón es, digamos, más mágico, más lunar, que su hija.

Por la misma complexión sexual de este tipo, que se mantiene a menudo en soltería y castidad al sentirse ya psicológicamente casada con el padre-animus desde niña, y porque la práctica del neoplatonismo (como toda escuela espiritual que se precie) imponía la sophrosyne (la contención instintiva, la abstinencia, a favor del autoconocimiento), se entiende perfectamente que Hipatia se mantuviera tozudamente virgen. Todas las consideraciones feministas vertidas al respecto hasta hoy huelgan por no ser más que pura charlatanería sin fundamento. Es más: si de algo podemos quejarnos en Hipatia es precisamente de su escasa autonomía frente al poder que desde dentro tiene en ella la figura paterna. Además, todo el desarrollo intelectual de que es capaz la mujer atenea contrasta con la forma dependiente, asustadiza e infantil en que suele permanecer su sentimiento, capaz a veces de enamorarse (si se lo permite) con un estilo muy ingenuo y espiritual de personajuchos de mediocre talla pero gran habilidad embaucadora, o que contengan algunos matices que a ella le animen a proyectar (supersticiosamente) su idolatrada imaginería paterna. Aunque, como apunté arriba, a veces ese paso es necesario (y el inconsciente urde tan preciosas como efectivas tramas celestinescas para lograrlo) a la hora de escapar del padre personal, con tal de que los consiguientes decepción y divorcio no se hagan esperar demasiado.

Un tema muy polémico y delicado imbricado con todo esto es que el síndrome atenea no es raro que convoque, sincrónicamente, incidentes relacionados con los abusos masculinos. Sobre este tema, demasiado espinoso para abordarlo aquí, invito a la lectura de los libros “Adicción a la perfección” y “Los frutos de la virginidad” de la ilustre atenea Marion Woodman.

María Dzielska dice: “Una gran cantidad de mujeres de la Antigüedad y del primer período bizantino se dedican al estudio de la filosofía. La era neoplatónica produce un gran número de mujeres consagradas a la filosofía“. Cuando el paradigma de las sociedades es filosófico, y empuja a sus ciudadanos a exprimirse la cabeza en pos de las realidades más abstractas, en pos del espíritu, el Logos Spermatikos penetra con su embriagador perfume en todas las concavidades del alma femenina de ese tiempo, convocando muchas vocaciones en su dirección. El Logos es una manifestación del animus tan atrayente para la mujer como una fiesta de camisetas mojadas lo es para lo masculino, capaz incluso de anteponerse a la instintiva atracción femenina por la maternidad y la familia. La filosofía, especialmente la platónica, es una efectiva máquina de incentivar feminidad de tipología atenea, por eso su prevalencia se disparó en la Grecia clásica, la helenística y con la expansión del discurso neoplatónico. En el paradigma mitológico, religioso, medra más el carácter lunar de la tipología artemisa, y bajo la égida del cientifismo el animus queda atrapado en la forma de un amante que promete mucho y luego resulta insatisfactorio, al escindirse el principio masculino “mente” del supraordinado “espíritu”."

(Fuente: http://www.odiseajung.com )

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