martes, 29 de junio de 2010

CRISIS: ¿Desgracia o Bendición?

En plena crisis, una persona me contó que se le aparecieron algunos símbolos numéricos en sincronicidad con su estado actual. Concretamente, los números 7 y 9, que desde un punto de vista simbólico, representan ciclos. El siete, por ejemplo, está relacionado con los días de la semana, así como con los ciclos lunares: 7 x 4 = 28 días lunares. Algunos se preguntarán ¿y esto qué significa? Bueno, pues que hay, como sucede con el ciclo lunar, un período de luz y otro de oscuridad. Los occidentales estamos más familiarizados con los periodos de luz, los de ascenso y crecimiento, en los que, por ejemplo, nos desarrollamos en un trabajo, conseguimos obtener una vivienda, y parece que lo que nos proponemos lo podemos alcanzar. Y durante esa fase de luz, en efecto, nos vamos desarrollando, vamos creciendo y eso se correlaciona con nuestros logros materiales. Ahora bien, como todo en esta vida, esa etapa de crecimiento y expansión tiende a finalizar y es seguida por una fase de ocaso, de caída, de hundimiento, en definitiva, de decadencia. Esta es la fase oscura de la luna, Hécate, la Bruja o hechicera, y que normalmente, en la tradición cristiana, la relacionamos con el infierno o con el Diablo.

Hay personas que durante esta fase de oscuridad (y, en estos momentos, el mundo entero está sumido en la oscuridad) viven inmersos en un ciclo de decadencia y de caída. Esto, visto sub specie aeternitatis, no es malo en sí mismo, ni mucho menos. Lo es sólo para el ego, cuando se comporta como un niño malcriado, que espera que las cosas de la vida salgan siempre como a él le gustaría. Pero esa etapa de decadencia es consustancial a todo proceso vital y, en lo más hondo, tiene la finalidad de provocar una retirada de la consciencia hacia el mundo interior, para obtener un autoconocimiento y un despliegue de aquellas facultades que no han sido desarrolladas hasta la fecha.

El arcano mayor del Tarot de Marsella, denominado "El Colgado", es un símbolo bastante elocuente y preciso de esa fase oscura, de ese descensus ad inferos que es, al principio, la entrada en el interior de uno mismo. Y, si la observamos con detenimiento, representa la imagen de un hombre que está dado la vuelta y ve el mundo "al revés". Claro, ese giro de 180 grados que demanda el Si Mismo, o el Cristo Interior, en la vida de cada cual, precisa, durante esta fase, que se vea el mundo al contrario de como se ha visto hasta entonces. En estos momentos, es necesario adoptar una perspectiva Espiritual. A este giro hacia el desarrollo espiritual se lo denomina metanoia.

Pero, para ingresar en el ámbito del Espíritu, primero debe uno quitarte los zapatos, o sea, se debe abandonar el ámbito mundano, material,o prosaico, pues accedemos a un recinto sagrado. Como es bien sabido,para acceder a las mezquitas, u otros templos orientales, uno debe descalzarse. Ese acto representa, precisamente, lo que acabamos de reseñar. Así, durante una etapa de luna negra, de descenso a los infiernos, cuanto más se aferre el individuo a las cosas materiales, sea del tipo que sea, tanto mayor será su sufrimiento y tanto más se aleja, o evita, el acceso a su Templo, que es su propio mundo interior.

Con respecto al número 9, al que aludíamos al principio, este es un símbolo mágico, de luz en la oscuridad ( relacionado con el arcano del Tarot denominado "El Ermitaño"), así como de un final que es, al tiempo, un inicio. Representa, en cierto modo, al símbolo del ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, y, cuando aparece en sincronicidad con la etapa vital que se trasunta, alude a que no importa cuantos esfuerzos se hagan por "crecer o evolucionar", pues, al final, cada acontecimiento, cada nuevo suceso remite al mismo punto, origen y destino de todo. Ese punto es nuestro propio centro, el Ser, el Sí-Mismo, o como quiera que lo denominemos. Hagamos lo que hagamos, al final, siempre nos encontramos con nuestro destino. Y hagamos lo que hagamos, el eterno ciclo de muerte y renacimiento estará ahí. Es algo que no se puede eludir, aunque a nuestro ego le guste vivir en una ilusión, o bien, en ocasiones, no quiera ver o darse por enterado.