domingo, 31 de octubre de 2010

SOBRE EL SIMBOLISMO DE "LA NOCHE DE LOS DIFUNTOS"

Hoy, como nos hallamos en la víspera del Día de Todos los Santos, voy a realizar algunas reflexiones en torno a esta fecha.

Una fecha que fue instituida por la Iglesia Católica para conmemorar la muerte de los mártires cristianos. Esta fiesta coincide con la celebración del Día (o, mejor, la Noche) de los Muertos, una fiesta pagana prehispánica, originaria de México y que tiene lugar, tanto en este país, como en Centroamérica. Esta última fiesta era presidida por una diosa, la “Dama de la Muerte”, esposa del señor de la Tierra de los Muertos. En Estados Unidos, tiene su correlato en la fiesta de Halloween.

Todas estas fiestas están relacionadas con la Conmemoración de los Fieles Difuntos, cuyo objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrena y, especialmente, por aquellos que aún permanecen en el Purgatorio, en estado de purificación.

Estas fiestas evocan la época de la caída de las hojas, del doblar de la vegetación, del retorno al caos primordial de la materia bruta, en espera de que la fermentación del humus prepare el renacimiento de la nueva vida. Desde un punto de vista astrológico, se relaciona con el signo de Escorpio, el octavo signo de zodíaco, que ocupa el lugar intermedio del trimestre otoñal, cuando las hojas amarillentas de los árboles son arrancadas por el viento, y los animales y las plantas se preparan para una existencia nueva. Regido por el planeta Plutón, una potencia sombría, misteriosa, relacionada con los infiernos y las tinieblas interiores.

En Alquimia, los espíritus de los muertos eran los vapores que se desprendían, en el proceso de transformación de la oscura materia prima saturnal, lo que equivalía a una purificación. El mallorquín Ramón Llull dice en su Compendium en Bibliotheca chemica curiosa, tomo I, Ginebra, 1702, lo siguiente: “Has de saber, hijo mío, que ha cambiado el curso de la naturaleza, de modo que (…) podrás ver, sin inquietarte demasiado, evadirse los espíritus (…) en el aire; se condensarán en forma de bestias monstruosas o de hombres que vuelan de un lado para el otro, como las nubes”. Por tanto, lo que se producía era una transformación de la materia bruta, mediante la utilización del fuego. Esta quema de lo más primitivo del alma humana, de los instintos más primarios, del lado oscuro de la psyché, o sea, de su sombra, conducía a la superación del “hombre viejo”. Este “hombre viejo” es, como las caducas hojas de los árboles, y la materia vegetal muerta, la vida prosaica, del que no ha despertado a la otra realidad, regresando a la Fuente.

Por consiguiente, el Día de los Difuntos simboliza, y con él se celebra, esa muerte del “hombre viejo”, mediante un proceso de purificación, en el seno de una nigredo alquimista, un Diluvio Universal, donde acontece una ruptura de proyecciones en la realidad material, y el acceso al ámbito de los espíritus, o sea, al mundo de los antepasados, en los dominios de la “Dama de la Muerte”, en el más allá. Durante este período vital, tiene lugar la salida de los espíritus, la emergencia de los arquetipos desde lo Inconsciente Colectivo, en esa vuelta al Caos primordial, un Vacío del que Todo procede. Como los animales oscuros que se esconden bajo tierra, y los muertos se ocultan bajo las lápidas de los cementerios, la consciencia retorna a las oscuridades de lo Inconsciente. Desde aquí, surgen los espíritus de sus antepasados, los arquetipos, que, al ser constelados o activados, emergen de las profundidades de lo Inconsciente Colectivo al ámbito de la consciencia. Aquí se produce una dialéctica entre la destrucción (del hombre viejo) y la creación (de lo nuevo), de la muerte al estado hílico o de hombre material, y el renacimiento al ámbito espiritual o transformación en hombre espiritual, de la condena (especialmente, por el estado de ignorancia e inconsciencia infantil) y la redención (liberación de las cadenas del materialismo).

 

PSEUDOCIENCIAS EN LA UNIVERSIDAD: ¿Qué herejía? 2ª Parte

PROCESO INQUISITORIAL CONTRA GALILEO

Nuevamente, los Sumos Sacerdotes del stablisment científico atacan todas aquellas disciplinas que, por no entrar en sus planteamientos materialistas y cientificistas, ellos consideran pseudocientíficas, en una noticia sorprendente y alarmante: "Manifiesto "Por una universidad libre de pseudociencias y oscurantismo"". En este caso, además, descubren, con una ingenuidad pasmosa, los verdaderos motivos de ese ataque, de ese intento de desprestigio, a disciplinas como la homeopatía o la acupuntura, por no hablar del conocimiento del simbolismo astrológico, de las cartas del Tarot, del I Ching, etc.

Dejemos que sean ellos mismos quienes se delaten con sus propias palabras: "Consideramos por último, que si bien está justificado profundizar y destinar fondos a cualquier aspecto que pueda ser investigado, la especial situación económica actual convierte la inversión de esfuerzo y medios en este tipo de disciplinas totalmente desacreditadas en un acto de puro despilfarro de recursos, que podrían emplearse en líneas de investigación y docencia muchísimo más prioritarias."

Para más información sobre las bases del materialismo y de esta actitud de dogmatismo cientificista, recomiendo la lectura de mis entradas relativas a las semillas del materialismo.




sábado, 30 de octubre de 2010

LAS SEMILLAS DEL MATERIALISMO. 3ª Parte.

Proseguimos aquí con la tercera y última parte de este ensayo, dedicado a las raíces del materialismo. En próximas entradas, hablaremos de la trascendencia de éste mórbido paradigma. 


Estos planteamientos materialistas, junto a la idea de que el alma humana es completamente maleable, la hallamos en Herbert Spencer, para quien el aprendizaje se reduce al ajuste o adaptación continua del organismo al ambiente. A partir de Spencer, se presupone que la conducta sirve a las funciones de adaptación, ajuste y supervivencia del más apto. Y, poco a poco, la mente empieza a ser concebida como un epifenómeno del cerebro, cuya función es la de permitir la adaptación del individuo al ambiente (funcionalismo americano). Estos planteamientos confluyen en la Psicología conductista o reflexología, iniciada por Sechenov y continuada por Pavlov, según la cual la actividad psicológica se reduce a la ecuación estímulo-respuesta. Por supuesto que, bajo este paradigma, subyace la idea de que al hombre se le puede lavar el cerebro, para que las clases dirigentes manipulen a las masas a su antojo.

El empresario Robert Owen (1771-1858), en sus fábricas de algodón de New Lanark, de Escocia, y, posteriormente, en New Harmony, en Indiana, conjugando las ideas de Descartes, con el empirismo de Locke, implantó su fallido programa en una comunidad tecnológicamente organizada. Aunque Owen tenía buena intención, mirando por la felicidad de sus empleados, y no sólo por el beneficio económico que éstos le reportaban, el paradigma materialista y mecanicista en el que se movía y la idea de que el hombre es una tabula rasa, terminan por conducir a la deshumanización del individuo. Estos presupuestos, desde los que partía Owen, son el origen de una sociedad cada vez más alienada, en la que los seres humanos son concebidos como máquinas carentes de alma, que pueden ser manipulados según el capricho de las nuevas clases dirigentes. Por lo tanto, las masas, ahora, en lugar de ser guiadas o dirigidas por los representantes de la autoridad espiritual, las clases sacerdotales,  lo son por sus dirigentes políticos, por sus jefes o directivos empresariales, es decir, por aquellos que representan el poder temporal. 

Valiéndose de la propaganda, el nuevo mundo de las imágenes se podría controlar científicamente (o sea, utilizando los conocimientos científicos), tal y como defendía Louis de Saint-Just (1776-1794), con el fin de manipular a las masas, según conviniese a las clases dirigentes del nuevo Sistema. La película Matrix representa con gran elocuencia este Sistema materialista: Matrix.

Semejante panorama fue vislumbrado por el poeta místico William Blake (1767-1794), que escribe:

Vuelvo los ojos a las Escuelas y Universidades de Europa y, allí, contemplo el Telar de Locke, cuya horrenda conjura brama, arrastrada por las ruedas de molino de Newton: negra la tela entrelazada en profundos pliegues sobre todas las naciones: veo crueles mecanismos de numerosas ruedas, rueda contra rueda, con tiránicos dientes que se mueven compulsivamente unas a otras.”

Pero, si esto es así, ¿dónde ha ido a parar Dios?  Dios, como podrá imaginarse el lector, desaparece de la escena sólo en apariencia. En realidad, el Espíritu Divino, el Deus absconditus escolástico, ha ingresado en el ámbito de la Materia. El Nous griego se ha precipitado al interior de la Physis. Y, así, el Gran Misterio, en un tiempo hallado en el seno del alma humana, se busca ahora en las mismas entrañas de la Materia. Ya no es la chispa divina, en la matriz del alma del hombre, lo que busca el científico. Antes bien, es en el núcleo del átomo, en el código genético, en el cerebro humano, en el caldo primigenio, o en el Big Bang y el Big Crunch, donde cree encontrar la Verdad. Y, la idea de la “Gran Cadena del Ser” o Scala naturae aristotélica, según la cual existía una evolución espiritual que hacía al hombre aproximarse a la experiencia divina y, por consiguiente, perfeccionarse espiritualmente, tal como sostenían los místicos cristianos, v. gr., ha dado paso a la evolución material de las especies, cuyos mecanismos básicos son la variación casual y la victoria fortuita del más apto, en la lucha por la supervivencia. Una versión atenuada del materialismo defendido por el marqués de Sade.

Continuamos y finalizamos este artículo aquí.

martes, 26 de octubre de 2010

EL ELIXIR DE LA VIDA ETERNA

 Al hilo de las entradas anteriores, acerca de las semillas del materialismo y de la miopía para con la realidad simbólica, traigo a colación una noticia relativamente reciente sobre Aubrey de Grey, un gerontólogo, publicada por el Diario "público". En ella afirma que, con la medicina regenerativa, en el futuro será posible vivir mil años o más. Tras la noticia, realizaré mis comentarios sobre semejante materialista malentendido. 

NOTICIA:

El gerontólogo inglés Aubrey de Grey cree que es perfectamente posible alargar la vida con el avance de la medicina regenerativa

EFE MADRID 22/10/2010 12:41 (Diario "Público")

El gereontólogo biomédico inglés Aubrey de Grey a su llegada a 'El Ser Creativo' en el I Congreso de Mentes Brillantes, que se ha inaugurado hoy en Málaga. EFE
Aún no se ha descubierto el ansiado elixir de la eterna juventud, pero el famoso gerontólogo inglés Aubrey de Grey está convencido de que, con el avance de la medicina regenerativa, "viviremos mil años o más". "Creo que es perfectamente posible", afirmó hoy De Grey sin traslucir el mínimo atisbo de duda, en una entrevista con EFE.

Con su llamativa barba de casi medio metro de longitud que le da una cierta apariencia de genio despistado, el biomédico, conocido como "el profeta de la inmortalidad", causó hoy sensación en la primera jornada del I Congreso de Mentes Brillantes, que se celebra hasta el próximo sábado en Málaga. Algo abrumado por los flashes de los fotógrafos, el gerontólogo, director de la revista académica Rejuvenation Research, expuso su tesis de que el conocimiento para desarrollar una medicina efectiva contra el envejecimiento ya existe, pero falta financiación.

Así, De Grey destacó las bondades de la medicina regenerativa, una rama de la bioingeniería que se sirve de la combinación de células, métodos de ingeniería, bioquímica y fisioquímica para mejorar o sustituir funciones biológicas. "La medicina regenerativa -explicó- se refiere a terapias que restauran la estructura molecular de un tejido o del cuerpo entero al estado en que se encontraba antes de algún tipo de daño".

En su opinión, "se trata de un daño que resulta inofensivo la mayor parte de la vida, pero, cuando se acumula, provoca enfermedades y discapacidades a una edad avanzada. Aplicar la medicina regenerativa al envejecimiento significa, sencillamente, reparar el daño acumulado durante la vida". Por eso, el gerontólogo trabaja desde hace años en la llamada "senescencia negligible ingenierizada" (SENS, en sus siglas inglesas), un proyecto de reparación de tejidos que rejuvenecería el cuerpo humano y permitiría una esperanza de vida indefinida.

COMENTARIOS:

No pretendo desmentir lo que éste científico de la senectud afirma acerca de la posibilidad de alargar la vida, en un futuro, aunque me muestre muy escéptico con algunas de sus afirmaciones. En las últimas décadas, de hecho, se ha conseguido que la expectativa de vida en los países más avanzados haya aumentado considerablemente. Sin embargo, cabría preguntarse ¿por qué habríamos de desear vivir muchos años más? ¿Qué hay sobre la calidad de vida de las personas? Y, aún más importante, si cabe, ¿no sería más interesante aprender a convivir con la muerte, como una parte ineludible de la vida? ¿No estarían mejor invertidos los recursos si se enseñara a las personas a conocer cuándo llegará su fin y, si fuese viable, a prepararse y, hasta, elegir el momento en que se producirá esa transición final? Y, con ello, no me estoy refiriendo al suicidio, desde luego. 

Lo que esta noticia refleja es una completa incomprensión y un malentendido que no hace sino perpetuarse en nuestra sociedad materialista. En la epopeya sumeria de Gilgamesh, por ejemplo, de amplia difusión por Mesopotamia y Anatolia desde antes del siglo VII a. de C., descrita en doce tablas asirias de barro en escritura cuneiforme, narra las aventuras del héroe en busca de la inmortalidad. Gilgamesh se enfrenta a las fuerzas del mal para conseguir la planta de la eterna juventud. Sin embargo, mientras dormía tumbado cerca de una poza, una serpiente le arrebató la planta. Apenas la hubo engullido, la serpiente mudo su piel y , con ello, rejuveneció. Gilgamesh se sentó a llorar por la pérdida del elixir de la vida eterna.

La búsqueda de la inmortalidad siempre ha fascinado al ser humano. Hay algo en ese símbolo que conmueve en lo más hondo de nuestro ser. Sin embargo, existe un mal entendido radical que se perpetúa en nuestra cultura materialista. La búsqueda de la inmortalidad en el plano material o físico, que podemos observar hoy en los avances de la medicina para aumentar la longevidad, como vemos en esta noticia,  o en las polémicas que se suscitan como consecuencia de la pretensión de alargar la vida del paciente, pese a la situación y el estado en el que se encuentre, se deriva de una auténtica y profunda incomprensión. Muy al contrario, el problema fundamental es la ampliación de la perspectiva del hombre, de suerte que su cuerpo y su yo no obstruyan ni obnubilen la visión de la inmortalidad en el hombre. El cuerpo, la materia, es la parte efímera y contingente de la existencia humana. "Polvo somos, y en polvo nos convertiremos". La dádiva que entregan los dioses al héroe ha de entenderse en un sentido simbólico. Representa la renovación de la energía vital, un nuevo nacimiento tras la transformación que se opera en el interior de lo inconsciente ( o del alma humana, como se prefiera). El don verdadero es la trascendencia del ego, después de la muerte de las antiguas estructuras, tras la des-identificación con el ego y con el cuerpo, del egoísmo consecuente y de la arrogancia del "sabio", dando nacimiento a un nuevo ser que, aún siendo el mismo, sin embargo ya no lo es. En otras palabras, hablamos del acceso al otro mundo, mediante un "segundo nacimiento" en el que la consciencia se despierta a la realidad del Espíritu. 


miércoles, 20 de octubre de 2010

LAS SEMILLAS DEL MATERIALISMO. 2ª Parte.

Continuamos con el ensayo sobre los orígenes del materialismo.

El decurso histórico posterior nos muestra que, la revolución científica acaecida tras el Renacimiento, ahondará en esa idea, escindiéndose cada vez más la Realidad, entre el mundo del Espíritu y el de la Materia. Con René Descartes (1596-1650), da comienzo el paradigma mecanicista de la ciencia, convirtiéndose el alma inmortal, poco a poco, en un serio problema. Con John Locke (1632-1704), el ser humano se concibe como si de una tabula rasa se tratara, sobre la que se puede escribir casi cualquier cosa (experiencia). Con Thomas Hobbes (1588-1679), la perspectiva del ser humano como un autómata, exento de sustancia espiritual, comienza a adoptar su aspecto más extremo. Pero no fue hasta bien entrada la época de la Ilustración, cuando ésta idea se amplió con el médico y filósofo Julien Offray de La Mettrie (1709-1751), quien en su obra El Hombre Máquina concluyó que el hombre era una máquina. De hecho, para La Mettrie el hombre y el mono no se distinguen sino en el lenguaje, aunque, a diferencia de sus predecesores, él defendía que el lenguaje no era innato al ser humano y, por lo tanto, se podría hacer que un simio fuese humano por medio del lenguaje. Con su doctrina del transformismo, según la cual, no existía ningún Dios que hubiera creado el universo, sino que éste surgió de una materia primordial como consecuencia de la acción de la ley natural, La Mettrie se anticipó a Darwin. Asimismo, retomó la idea del naturalismo renacentista, que había rechazado Locke, al atribuir ciertos “poderes especiales” a la materia viva. La materia, para La Mettrie, no está muerta, sino que posee una vitalidad intrínseca: el corazón, continúa latiendo tras ser extraído del pecho; los músculos de un animal muerto, se mueven aunque no se les estimule, etc. Estas observaciones le llevaron a la idea que luego dará lugar al vitalismo del siglo XX. En palabras de Thomas H. Leahey, “En el universo mecánico newtoniano-cartesiano no había lugar para los milagros, los oráculos, las visiones o el alma de Descartes. En el siglo XVIII la ciencia y la razón sustituirían a la religión, ocupando el lugar que ésta había ostentado como la principal institución intelectual de la sociedad moderna. Los seres humanos serían declarados máquinas sin alma y se derribarían las sociedades en nombre de la felicidad material.”  La desacralización de la vida toda se irá extendiendo como una metástasis, por la civilización occidental, y la vida humana se concebirá como carente de finalidad, vacía de sentido y de contenido más allá de la propia existencia, gobernada por el hedonismo y la lucha por la supervivencia. Etienne Bonot de Condillac (1715-1785), siguiendo a Locke, redujo a un único principio todo lo relativo al entendimiento humano: la sensación. Por tanto, radicaliza la idea del alma humana como una tabula rassa, una cera caliente en la que se imprimen todas las experiencias sensoriales. Rechazó, por tanto, la distinción kantiana entre phenomena y noúmena, negando la existencia de ciertas Categorías Trascendentales del Entendimiento que amoldan los objetos de la experiencia a la mente. La mente, para Condillac y, también, para Claude Helvetius (1715-1771) es completamente pasiva. La implicación inmediata de este planteamiento es que la mente humana, vacía y carente de contenido al nacer, puede moldearse del todo por el ambiente, dando a la educación una importancia desmedida. Tal vez sin pretenderlo, el empirismo socava la autonomía de la razón, siendo el hedonismo la fuerza rectora subyacente a todo pensamiento. El Marqués de Sade (1740-1814) lo expuso elocuentemente  en su libro Historia de Juliette, donde afirmaba que “El fuerte (…) al despojar al débil, es decir, al disfrutar de todos los derechos que ha recibido de la naturaleza y darles la mayor extensión posible, encuentra un placer proporcional a esta extensión. Cuanto mayor sea la atrocidad con la que atormente al débil, mayor será su voluptuosidad; la injusticia es su deleite, disfruta con las lágrimas que su opresión arranca a su infortunada víctima. (…) Cuanto más ejercite sus fuerzas más placer experimentará, mejor utilizará sus facultades y, en consecuencia, mejor habrá servido a la naturaleza.” En política, el prusiano Johann von Justi expresó cómo el modelo mecánico cartesiano-newtoniano del universo debía aplicarse al estado, al afirmar: “Un estado constituido adecuadamente debe ser exactamente análogo a una máquina en la que las ruedas y los engranajes estén ajustados entre sí con precisión” y debe estar sometido a la voluntad de un solo hombre. El psicoanalista y sociólogo judío alemán Erich Fromm, dio la voz de alarma ante lo alienado que estaba el ser humano, como consecuencia de la extensión de este paradigma en la sociedad contemporánea, en su libro Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, donde afirma que la enajenación del hombre en este mundo es casi total.

Continua en la tercera parte

lunes, 18 de octubre de 2010

LAS SEMILLAS DEL MATERIALISMO. 1ª Parte.

Mientras estudiaba Historia de la Psicología, reflexionaba acerca de cómo habíamos llegado al estado actual de absolutismo científico, en el sentido de que ciertas teorías científicas, como la Teoría de la Evolución, se han convertido en verdades incuestionables, es decir, prácticamente en un dogma de fe. Tan es esto así, que cualquier científico académico que disienta de las hipótesis neodarwinistas, se expone al descrédito por parte de sus colegas, a que sus investigaciones sean rechazadas por las principales revistas científicas y, finalmente, tenga que continuar sus trabajos investigativos al margen de la ortodoxia científica. Del mismo modo, el psicólogo que se aparte de las hipótesis cognitivo-conductuales y defienda la existencia de un Inconsciente Colectivo o Transpersonal, de una función espiritual en el ser humano, así como de la importancia de la amplitud de consciencia para la realización plena de la persona, se arriesga a ser desprestigiado y desacreditado por el stablisment científico. Y estos son sólo dos ejemplos, de los muchos que se producen a diario.

En más de una ocasión, he relacionado esta cerrazón, esta inflexibilidad, este dogmatismo con el acontecido durante la Baja Edad Media para con las hipótesis científicas, aparecidas en los comienzos de la revolución científica, que desafiaban la cosmovisión de la época. El propio Nicolás Copérnico, en su libro La revolución de las órbitas celestes, proponía que el Sol y no la Tierra era el centro del sistema solar. Y, Galileo Galilei, apoyado en observaciones telescópicas, defendió las hipótesis de Copérnico, lo que le valió la condena por herejía por parte de la Inquisición Romana.  Por no mencionar que los libros de René Descartes, probablemente el pensador más influyente de la época, se encontraban en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia Católica en 1663.

Un investigador, libre de prejuicios, se dará cuenta de que, ambas reacciones, son idénticas, aunque de signo invertido. Hoy, lo que se defiende es un materialismo a ultranza; antaño, lo que se defendía era un espiritualismo acérrimo. Ambas posturas albergan en su seno la semilla de su opuesto. Y, así como la defensa del Espíritu, a expensas de la Materia, conduce enantiodrómicamente (o sea, dando un giro pendular) al materialismo, la apología de la Materia, cuando rechaza el ámbito espiritual, conduce a una actitud espiritualista.  

Tal vez sea en la perspectiva del naturalismo renacentista, donde podamos rastrear los inicios de esa reacción pendular, que condujo a la humanidad a la adoración al Dios de la Materia. Según el naturalismo renacentista los imanes son misteriosos. Pero su poder de atracción no tiene una explicación sobrenatural, como se le atribuía tradicionalmente, sino, más bien, se trata de una virtud secreta que los imanes poseen por su propia naturaleza. De igual modo, la idea tradicional religiosa que defendía la existencia de un alma, de una psyqué o “soplo de vida”, que moraba en el cuerpo dándole vida, experiencia y capacidad de acción, fue reevaluada. Para el naturalismo renacentista el cuerpo humano sería como un imán, en el sentido de que la vida y la mente no serían sino ciertos poderes naturales que residen en el cuerpo material. Este punto de vista alberga en su seno la inquietante idea de que el ser humano carece de alma.

Continua en la segunda parte


jueves, 14 de octubre de 2010

Reflexiones sobre la emergencia del mal en el mundo. 2ª Parte

Decía en la primera parte de este ensayo, que vivimos en una época de desmoronamiento de leyes, pautas obsoletas de comportamiento, valores rectores de la actitud consciente, modelos de organización social, institucional y política, etc.  Incluso la Declaración Universal de los Derechos Humanos redactada por Naciones Unidas en 1948 ha tenido que ser revisada y actualizada, en el año 2007 y, en 2009, tras una  toma de consciencia de los graves defectos que, en la práctica, tiene la DUDHE (Declaración Universal de los Derechos Humanos Emergentes), se incide en la importancia del aprendizaje y la educación. Ahora bien, esto no deja de ser sintomático de que, en realidad, son los pilares sobre los que se asientan nuestras “avanzadas democracias”, que se jactan de ser baluartes del proclamado Estado del Bienestar, con el consumismo y el materialismo a ultranza que caracterizan al capitalismo imperante, las que están sufriendo una descomposición acelerada, que acabará por provocar su inevitable desplome. Ante esta situación, lo único que puede hacerse con una relativa esperanza de éxito es fortalecerse interiormente, des-identificándose con la máscara social, que demanda demasiada energía e impide el flujo de la libido en pro del proceso de individuación.

Puesto que, cuando esto sucede, cuando los pilares sobre los que se sustenta toda una civilización se desmoronan, cuando se produce el ocaso de los dioses y, por consiguiente, la desacralización de la vida toda se cierne sobre una cultura, es entonces que tienden a emerger sistemas de adaptación primitivos y lo inconsciente se hace con las riendas de toda una sociedad, el caos hace acto de presencia invadiendo al colectivo. Típicas manifestaciones de esta emergencia del sustrato pagano, de la sombra colectiva, son:

    * Emergencia de ideas delirantes: que pueden adoptar la forma de un fanatismo religioso -el fundamentalismo religioso se expande como consecuencia de una carencia de experiencia espiritual verdadera-, una tiranía política, poderosos deseos de poder bajo la forma de imperialismo capitalista, de estados totalitarios o autocráticos, decaimiento de los viejos sistemas “democráticos”, pérdida del poder del estado (no sin antes producirse una regresión y una intrusión del Estado en asuntos que competen a la vida privada), fragmentación de la unidad nacional de los países, con un incremento del terrorismo y de las tendencias secesionistas, etc.

    * Emergencia de instintos dionisíacos: manifestaciones de este tipo lo encontramos en el incremento de la violencia, la proliferación de las guerras, el consumo de drogas, el desenfreno orgiástico, el agnosticismo, el ateísmo y el laicismo agostan la vida espiritual, etc. Un claro ejemplo lo constituyen las cuatro Guerras vividas en los últimos veinte años: Guerra del Golfo de 1990-91, la Guerra de Serbia en 1999, la Guerra contra Afganistán en 2001 y la Guerra contra Irak.

Considerando la simbología astrológica, sabemos que Plutón está transitando por el signo de Capricornio  desde el año 2008 y continuará hasta el 2022, lo que  está relacionado sincronísticamente con la autoridad, o sea, con el arquetipo del Padre, y es en la esfera de las ideas arquetípicas en la que se manifiesta el tránsito de Plutón, horadando todo lo relacionado con las estructuras socio-político-económicas asociadas a Saturno: los gobiernos, las instituciones, las economías capitalistas, etc.,  todas ellas se están viendo afectadas por la detonación demoledora de las energías plutonianas.

Durante ese proceso de muerte y destrucción, tiende a producirse un incremento, por parte del colectivo, en la tendencia a permanecer, rígidamente, en el mismo estado, luchando contra viento y marea contra todo aquello que amenaza la seguridad de lo conocido. Sin embargo, precisamente porque el colectivo tiende a comportarse así, dado que su nivel de consciencia, como colectivo, es inferior al del individuo, lo inconsciente se manifiesta con mayor vehemencia. Así, la tensión entre la consciencia, que lucha por mantenerse en sus trece, y lo inconsciente, que puja por un cambio radical, se radicaliza, lo que favorece la aparición de un clima de  suma agresividad. Un ambiente que es, por consiguiente, proclive a la guerra, en tanto que la consciencia colectiva lucha violentamente por mantener todos los elementos que se le oponen ocultos al haz de la consciencia, por lo que acaban por proyectarse en el mundo al modo en que lo hace todo cuanto es rechazado, reprimido o suprimido.

De esta suerte, la sombra termina por hacerse con las riendas de toda una cultura y los elementos más oscuros, demoníacos, infrahumanos, pueriles y febles emergen en todas y cada una de las estructuras socio-económico-culturales, haciéndose patente la imposibilidad de continuar por la misma senda: desde los execrables actos de pedofilía en el seno de la Iglesia, a la descarada endogamia de los partidos políticos o el complot de los Sindicatos, que miran más por los beneficios de sus líderes que por los trabajadores a los que, supuestamente, representan,  o a la usura del Estado y de sus secuaces, los Bancos;  por no hablar  del despropósito de los centros educativos, que miran por la máscara o apariencia externa, mientras se mantienen en la pretensión de formar clones adaptados al nuevo Dogma cientifista; o del predominio del paradigma feminista relativista-fundamentalista, que domina en casi todas las esferas de la sociedad; y, también, las graves injusticias contra las clases menos favorecidas ,llevadas a cabo por el sistema judicial, lo que pone de manifiesto la ineficacia práctica de la Declaración de los Derechos Universales. 

Semejante panorama, de máxima tensión entre elementos contrarios, no hace sino prever lo peor. Odín vuelve a emerger, y la guerra... la guerra se huele en el ambiente.  

domingo, 3 de octubre de 2010

¿PSEUDOCIENCIAS EN LA UNIVERSIDAD? ¡Qué herejía!

Hoy, en el periódico digital público.es, se ha publicado la siguiente noticia, Pseudociencia en el campus. "Las universidades españolas acogen cursos sobre astrología, homeopatía, grafología y otras disciplinas pseudocientíficas. Los profesores denuncian que las aulas den cabida a la "superchería"".

Nuevamente, los portavoces de la Curia Científica inician su cruzada particular con el objetivo de desprestigiar cualquier curso que las universidades impartan, si no está dentro del dogma científico defendido por ellos.

La cerrazón y el apasionamiento con que se defienden los argumentos científicos mecanicistas, abandonados décadas atrás por grandes científicos como Fritjov Capra, David Bohm o David Peat, en el ámbito de la Física, de Carl Gustav Jung, Stanislav Grof, Richard M. Bucke, Roberto Assagioli o Frances Vaughan, en el ámbito de la Psiquiatría y Psicología, así como por filósofos como Ken Wilber, se explica por una inconsciente inseguridad en dichos argumentos.

Hace cerca de diez años, siendo ya un licenciado en Ciencias Ambientales, me interesaron la Astrología, la Alquimia, el Tarot y otras mancias. Y ya entonces me topé con actitudes totalmente contrarias, y hasta violentamente encontradas, por el hecho de haber decidido estudiar el simbolismo arquetípico encerrado en dichas mancias. Fue en ese preciso momento, cuando me percaté de los recalcitrantes prejuicios que buena parte de los científicos académicos, el stablisment científico, si se prefiere, detentaban contra lo que se encontrara fuera de sus planteamientos materialistas. Aquella estrechez de miras me pareció, entonces, una peligrosa patología, que relacioné con la actitud adoptada, durante la Edad Media, por la Iglesia, en contra de los argumentos científicos que desmantelaban la cosmovisión de la época.

Así, al leer al psiquiatra alemán Heinz Fidelsberger, investigador y astrólogo profesional, me percaté de algo que resulta esencial: cualquiera que pretenda emitir un juicio válido sobre la Astrología, cuanto menos ha de conocer su simbología, levantar un horóscopo e interpretarlo certeramente. En caso contrario, todo cuanto se opine sobre esta disciplina carecerá del más mínimo fundamento. Por el contrario, será muestra de prejuicios intolerables e intolerantes.

Por lo tanto, los argumentos que se esgrimen en esta noticia, como que "estas disciplinas han fallado en demostrar sus supuestos efectos beneficiosos estudio tras estudio", o  que "la grafología tiene "la misma fiabilidad que la astrología, es decir, cero".", no dejan de ser eso, simples prejuicios. También yo tuve que luchar contra mis propios prejuicios, cuando decidí iniciar mis investigaciones autodidactas en Astrología y Alquimia. Prejuicios que, en realidad, provenían del ámbito en el que me había desenvuelto durante mi formación como científico. Sin embargo, fui desmantelando todas y cada una de mis resistencias, hasta percatarme de que, en efecto, la Astrología es una herramienta muy útil para desentrañar el significado simbólico de las formaciones arquetípicas presentes en los sueños, como también lo son la Alquimia, las cartas del Tarot o el I Ching. Una vez descubierto esto, me importaron poco las opiniones que me pudieran espetar otros científicos, incluso si con ello perdía mi "amistad" con alguno de ellos.

Aquella experiencia, aquel descubrimiento, junto con muchos otros llevados a cabo del mismo modo, me han conducido a mantener una actitud abierta, dispuesta a investigar y desentrañar el conocimiento que me pueda aportar en mi proceso de individuación cualquier disciplina, se considere científica o pseudocientífica por el stablisment científico de la época. Y, por supuesto, el qué dirán los demás, hace muchos años que me importa bien poco. 

Si hay algo positivo en la noticia es que estas materias están ingresando en el ámbito de la Universidad, una tendencia que, por mucho que se empeñen los secuaces del stablisment, será imparable.

viernes, 1 de octubre de 2010

LAICIDAD VERSUS LAICISMO (por Benedicto XVI)

[Traducción distribuida por la Santa Sede © Copyright 2006 - Librería Editrice Vaticana] ZS06121711


Queridos hermanos y hermanas: 

En el mundo de hoy la laicidad se entiende de varias maneras: no existe una sola laicidad, sino diversas, o, mejor dicho, existen múltiples maneras de entender y vivir la laicidad, maneras a veces opuestas e incluso contradictorias entre sí.

Para comprender el significado auténtico de la laicidad y explicar sus acepciones actuales, es preciso tener en cuenta el desarrollo histórico que ha tenido el concepto. La laicidad, nacida como indicación de la condición del simple fiel cristiano, no perteneciente ni al clero ni al estado religioso, durante la Edad Media revistió el significado de oposición entre los poderes civiles y las jerarquías eclesiásticas, y en los tiempos modernos ha asumido el de exclusión de la religión y de sus símbolos de la vida pública mediante su confinamiento al ámbito privado y a la conciencia individual. Así, ha sucedido que al término "laicidad" se le ha atribuido una acepción ideológica opuesta a la que tenía en su origen.

En realidad, hoy la laicidad se entiende por lo común como exclusión de la religión de los diversos ámbitos de la sociedad y como su confín en el ámbito de la conciencia individual. La laicidad se manifestaría en la total separación entre el Estado y la Iglesia, no teniendo esta última título alguno para intervenir sobre temas relativos a la vida y al comportamiento de los ciudadanos; la laicidad comportaría incluso la exclusión de los símbolos religiosos de los lugares públicos destinados al desempeño de las funciones propias de la comunidad política: oficinas, escuelas, tribunales, hospitales, cárceles, etc.

Basándose en estas múltiples maneras de concebir la laicidad, se habla hoy de pensamiento laico, de moral laica, de ciencia laica, de política laica. En efecto, en la base de esta concepción hay una visión a-religiosa de la vida, del pensamiento y de la moral, es decir, una visión en la que no hay lugar para Dios, para un Misterio que trascienda la pura razón, para una ley moral de valor absoluto, vigente en todo tiempo y en toda situación. Solamente dándose cuenta de esto se puede medir el peso de los problemas que entraña un término como laicidad, que parece haberse convertido en el emblema fundamental de la posmodernidad, en especial de la democracia moderna.

Por tanto, todos los creyentes, y de modo especial los creyentes en Cristo, tienen el deber de contribuir a elaborar un concepto de laicidad que, por una parte, reconozca a Dios y a su ley moral, a Cristo y a su Iglesia, el lugar que les corresponde en la vida humana, individual y social, y que, por otra, afirme y respete "la legítima autonomía de las realidades terrenas", entendiendo con esta expresión -como afirma el concilio Vaticano II- que "las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente" (Gaudium et spes, 36).

Esta autonomía es una "exigencia legítima, que no sólo reclaman los hombres de nuestro tiempo, sino que está también de acuerdo con la voluntad del Creador, pues, por la condición misma de la creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias, que el hombre debe respetar reconociendo los métodos propios de cada ciencia o arte" (ib.). Por el contrario, si con la expresión "autonomía de las realidades terrenas" se quisiera entender que "las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin referirlas al Creador", entonces la falsedad de esta opinión sería evidente para quien cree en Dios y en su presencia trascendente en el mundo creado (cf. ib.).

Esta afirmación conciliar constituye la base doctrinal de la "sana laicidad", la cual implica que las realidades terrenas ciertamente gozan de una autonomía efectiva de la esfera eclesiástica, pero no del orden moral. Por tanto, a la Iglesia no compete indicar cuál ordenamiento político y social se debe preferir, sino que es el pueblo quien debe decidir libremente los modos mejores y más adecuados de organizar la vida política. Toda intervención directa de la Iglesia en este campo sería una injerencia indebida.

Por otra parte, la "sana laicidad" implica que el Estado no considere la religión como un simple sentimiento individual, que se podría confinar al ámbito privado. Al contrario, la religión, al estar organizada también en estructuras visibles, como sucede con la Iglesia, se ha de reconocer como presencia comunitaria pública. Esto supone, además, que a cada confesión religiosa (con tal de que no esté en contraste con el orden moral y no sea peligrosa para el orden público) se le garantice el libre ejercicio de las actividades de culto -espirituales, culturales, educativas y caritativas- de la comunidad de los creyentes.

A la luz de estas consideraciones, ciertamente no es expresión de laicidad, sino su degeneración en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión; en particular, contra la presencia de todo símbolo religioso en las instituciones públicas.

Tampoco es signo de sana laicidad negar a la comunidad cristiana, y a quienes la representan legítimamente, el derecho de pronunciarse sobre los problemas morales que hoy interpelan la conciencia de todos los seres humanos, en particular de los legisladores y de los juristas. En efecto, no se trata de injerencia indebida de la Iglesia en la actividad legislativa, propia y exclusiva del Estado, sino de la afirmación y de la defensa de los grandes valores que dan sentido a la vida de la persona y salvaguardan su dignidad. Estos valores, antes de ser cristianos, son humanos; por eso ante ellos no puede quedar indiferente y silenciosa la Iglesia, que tiene el deber de proclamar con firmeza la verdad sobre el hombre y sobre su destino.

Queridos juristas, vivimos en un período histórico admirable por los progresos que la humanidad ha realizado en muchos campos del derecho, de la cultura, de la comunicación, de la ciencia y de la tecnología. Pero en este mismo tiempo algunos intentan excluir a Dios de todos los ámbitos de la vida, presentándolo como antagonista del hombre. A los cristianos nos corresponde mostrar que Dios, en cambio, es amor y quiere el bien y la felicidad de todos los hombres. Tenemos el deber de hacer comprender que la ley moral que nos ha dado, y que se nos manifiesta con la voz de la conciencia, no tiene como finalidad oprimirnos, sino librarnos del mal y hacernos felices. Se trata de mostrar que sin Dios el hombre está perdido y que excluir la religión de la vida social, en particular la marginación del cristianismo, socava las bases mismas de la convivencia humana, pues antes de ser de orden social y político, estas bases son de orden moral.