domingo, 28 de agosto de 2011

PRÓXIMA TERTULIA EN EL ATENEO: "ESPIRITUALIDAD Y EVOLUCIÓN DE LA CONSCIENCIA"

El próximo viernes 16 de septiempre del 2011 tendrá lugar la inauguración de las Tertulias sobre Espiritualidad, Filosofía y Ciencia que, bajo el título de "Espiritualidad y Evolución de la Consciencia", se hará en el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, sito en la calle Prado, número 21 de Madrid, de 20:30 a 22:30 horas.

La idea de crear unas tertulias, cuya temática girara en torno a los temas que encabezan su título, Espiritualidad, Filosofía y Ciencia, surgió como consecuencia del interés que suscitaron los temas que se abordaron en el transcurso de las presentaciones de mi último ensayo novelado, titulado La Hermandad de los Iniciados

Resultó especialmente significativa  la respuesta que, en el público asistente a la presentación que tuvo lugar en el Ateneo de Madrid, provocó la dramatización de un fragmento de la obra mencionada, en el que se tocaban temas de rabiosa actualidad. Dejo más abajo un fragmento de dicha dramatización, así como el archivo de audio en el que se puede escuchar el acto completo.  

Tras las presentaciones del libro, Victoria Caro, María Isabel Rodríguez y un servidor nos reunimos con el objetivo de perfilar la idea original. De aquellas reuniones, emergió el grupo de facebook "Espiritualidad, Filosofía y Ciencia", abierto a todo aquel interesado en su temática. Este grupo serviría de plataforma virtual para invitar, a quienes quisiesen, a asistir y  participar en las tertulias convocadas en el Ateneo de Madrid, además de compartir nuestro honesto interés por la espiritualidad.  

El acceso a la tertulia es TOTALMENTE GRATUITO y está ABIERTO a todos los interesados. 

A continuación, os dejo algunas indicaciones de "cómo llegar" al  Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, si bien podéis ver en el mapa que aparece a la derecha de este mismo blog su localización exacta.

El Ateneo está ubicado en la calle Prado 21 de Madrid, a escasos metros de la parada de metro Antón Martín. El teléfono de contacto es el  91 429 17 50 



LA HERMANDAD DE LOS INICIADOS

Lectura dramatizada

(Sentados Juan, Eva y Miriam. Se pasea pensativo el Maestro)


Maestro: En los años de mi mocedad, yo era un joven inquieto y bastante rebelde. Ya había sido reprendido por mis superiores cuando estudiaba Teología, dadas mis heréticas interpretaciones y mi cuestionamiento de las Sagradas Escrituras. Esto me condujo, con el tiempo, a la excomunión y a mi reclusión en este antiguo monasterio. Como consecuencia de mi carácter inquisitivo y mis ansias de trascendencia me dediqué durante años a buscar, a investigar sobre simbología esotérica, aprendí Astrología y rebusqué entre documentos antiguos de movimientos gnósticos que me mostraran el camino al conocimiento de Dios. Por mis manos pasaron los manuscritos del mar muerto y la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi. Estos textos no hacían sino afianzar mi convencimiento de la diferencia sustancial entre el cristianismo ortodoxo, literal o patriarcal, aquel que enseñan en la escuela y que inculcan cuando aún no tenemos uso de razón, y el cristianismo gnóstico. Según estos textos gnósticos el conocimiento de uno mismo nos conduce al conocimiento de Dios, pues nosotros somos Dios. Y ese nosotros, no tiene nada que ver con nuestro ego. Disponemos de una esencia divina. Inmerso en mis vastas pesquisas, un día recibí la visita de un ente imaginario. Una mujer sumamente seductora que me llamaba a copular con ella. Era un sueño que me enfrentó a un terrible adversario. Esa imagen llamaba a mi concupiscencia, a mis más bajas pasiones… Hermanos, ¡cuán pocas visiones me han ocasionado tanta perplejidad! Encontré, de pronto, entre los muros de este antiguo monasterio, una estancia en cuyo interior estaba enterrada la efigie de una doncella. Aquello era una tumba

 Miriam: (Interrumpiendo) ¿Era conocido ese recinto por las personas del monasterio?

 Maestro: No. A juzgar por las telarañas. Nadie había bajado a esa cámara funeraria. En su centro había un féretro, con unos dibujos del Sol y de la Luna, y una inscripción en griego decía: “Aquí yace la efigie de la sagrada doncella que cohabitó con el señor en amorosa unión”. Me dispuse a descorrer la losa que ocultaba a la difunta. En su interior hallé la efigie de una joven, que sujetaba, con sus manos, un libro sumamente deteriorado. Por su apariencia tenía el aspecto de un auténtico incunable. Lo recogí de sus manos y, sin esperar siquiera a cerrar la lápida, me precipité a ojearlo. Pero… ¡cuál no sería mi frustración al descubrir que se trataba de una simple Biblia! Dejé el libro en el centro de una mesa redonda, rodeado por cuatro candelabros. Un día me dio por encender los cuatro candelabros, que rodeaban el incunable, al mismo tiempo y, cuál no fue mi sorpresa al descubrir que, lo que en apariencia era una Biblia al uso, aunque un tanto antigua, encubría textos en un idioma que me era desconocido. Para asombro mío, averigüé que era copto; es decir, la lengua que utilizaban los cristianos egipcios del siglo II. La misma que los manuscritos encontrados en Nag Hammadi.
Cuando la luz de los cuatro candelabros refulgía iluminando el incunable, tras la apariencia de un texto ortodoxo, se ocultaba, en copto, el otro texto. Descubrí, en su deteriorada cubierta, la imagen de una mujer completamente desnuda. Esta imagen sólo era visible cuando la luz de los cuatro candelabros (o de sus doce velas) coincidía en el centro de la portada. El cuerpo de esa joven era sedoso, moreno y de contornos bien marcados. Era una auténtica beldad, lo más parecido a una diosa. Su largo cabello, negro como el azabache, acariciaba sus desnudos senos. Prendió en mí una pasión que jamás había sentido. Me debatí entre los deseos de la carne y las altas esferas divinales que la ortodoxia cristiana me había inculcado durante los años de mi formación como sacerdote.

Juan: (Interrumpiendo) Maestro, esa imagen semeja mucho a la que se me apareció en sueños durante mi encarcelamiento. De hecho, fue ella quien me insinuó que mi estancia en la cárcel era un estadio necesario de un proceso de desarrollo personal…


Eva: Pero maestro, ¿y qué hay del creciente fundamentalismo? ¿Qué hay de las cada vez más profusas y agresivas sectas juveniles? ¡No podemos olvidar aquí que esas sí que son oscuras muestras de la gravedad de estos tiempos tan difíciles! Nosotros hemos tenido la suerte de disponer de una persona, o de un ente sobrenatural, que nos orientara justo en el momento más oportuno. Desde luego soy consciente de que ha sido Dios el artífice de ese encuentro crucial con las personas que nos han guiado hasta llegar aquí. Mas no puedo dejar de pensar que, tal vez, un número elevado de individuos, hoy sumidos en un auténtico caos, es decir, hirviendo en su propia agresividad, signo externo de su invalidez, su desorganización interior, su miedo al mundo que les rodea, su desvalimiento para arrostrar los numerosos desafíos que surgen a lo largo de toda una vida…, hubieran podido encauzar sus vidas si hubieran dispuesto de una persona que les guiara en el momento oportuno.

Miriam: Hoy los padres no parecen asumir su responsabilidad en la díscola actitud de sus hijos, a quienes consienten cualquier capricho, alimentando su voracidad, al tiempo que les privan de la importante lección que toda restricción implica para su desarrollo como adultos. Por no hablar de la falta de cariño que parece adueñarse de todo hogar occidental ¿acaso es posible suplir el amor con bienes materiales o la miel con un exceso de leche? Cuanto más medito sobre esto, más oscuro y terrible me parece el destino de las futuras generaciones. Queridos hermanos, dramáticas consecuencias vislumbro si la Diosa no retorna al lugar que le corresponde -la voz de Eva surgió como si de un ángel se tratara, descubriendo al grupo un aspecto que no habían considerado hasta ese momento.

Maestro: Queridas hermanas Eva y Miriam ¡cuán certeras vuestras afirmaciones! No sé si sabréis que el genial jesuita español Baltasar Gracián expresó algo semejante en una de sus más célebres obras, donde decía: “con el intenso amor que tienen a sus hijuelos (los padres), condescienden con ellos y porque no llore el rapaz le conceden cuanto quiere: déjanle hacer su voluntad en todo y salir con la suya siempre, y así se cría vicioso, vengativo, colérico, glotón, terco, mentiroso, desenvuelto, llorón, lleno de amor propio y de ignorancia, ayudando de todas maneras a la natural siniestra inclinación. Apodéranse con esto de un muchacho las pasiones, cobran fuerzas con la paternal connivencia, prevalece la depravada propensión al mal y ésta con sus caricias trae al tierno infante al valle de las fieras, a ser presa de los vicios y esclavo de sus pasiones…”   

Juan: Hermanas, hoy vivimos en un tiempo sumamente difícil. Y si es difícil para el hombre y para la mujer adultos ¿podéis imaginaros lo arduo que les resultará a los adolescentes? Son éstos últimos la muestra más fehaciente de nuestra grave crisis de valores, de lo alejados que se hallan los seres humanos de Cristo. Pues, para utilizar el lenguaje bíblico, estamos en plena irrupción del Anticristo. Como una vez oí decir a un niño: “éste es el mundo al revés”. Los valores que rigieron la más excelsa expresión de espiritualidad hoy se han invertido y presenciamos lo más basto y grotesco que le es consustancial a la materia. Pero, hermana Eva, como bien sabes toda época en crisis lleva implícita una irrupción de esta naturaleza. Lo más instintivo, lo más burdo, lo más oscuro de la naturaleza humana tiende a hacerse con el dominio de la cultura. Para expresarlo metafóricamente, diríamos que el Caos se adueña de la vida toda. Esa es la hidra de siete cabezas, la Gorgona petrificante, la diosa Kali que rebana cabezas, el monstruo que engulle al héroe, el poder temporal cuando usurpa las funciones directivas de la autoridad espiritual, el Sol que se esconde tras el ocaso. Pero este Sol no ha desaparecido para siempre. Sólo espera, en su crisálida de transformación, a que despunte el nuevo día. 



miércoles, 24 de agosto de 2011

SÍMBOLOS DE TRANSFORMACIÓN EN EL TORREÓN DE BOLLINGEN DE C. G. JUNG


Jung en su Torre de Bollingen, en 1960. Imagen tomada de la web JungQuotes
En Bollingen estoy en el centro de mi propia vida, soy mucho más yo mismo. Por momentos siento que soy parte del paisaje y que estoy dentro de las cosas, que estoy viviendo en cada árbol, en el batir de las olas, en las nubes, en los animales que van y vienen, en la sucesión de las estaciones”.   C. G. Jung.

En mi último viaje por la vieja Europa visité el poblado de Bollingen, el lugar en que construyó Carl Gustav Jung su Turn. Se trata de un pequeño poblado, cerca de Rapperswil, en el Cantón de Saint Gall, al nordeste de Suiza. Su ubicación se sitúa sobre la orilla norte del Lago de Zúrich y es parte del municipio de Jona. Sobresale una bonita Iglesia, la Abadía de Wurmsbach que es un convento de monjas de la orden del Císter, fundada en 1261, hoy sede de una escuela secundaria para mozas. Actualmente, Bollingen dispone de un carril para bicis y peatones, que discurre paralelo a la vía del tren, y que pasa frente a la parcela de Jung. Desde aquí, realicé algunas fotos.

Torreón de Bollingen de Carl Gustav Jung, en Bollingen, Suiza.


Mientras me dirigía hacia la finca de Bollingen, venía pensando en la multitud de curiosos que habrán visitado este lugar. Me decía que, este lugar, parecía haberse convertido en una especie de centro de peregrinación de aquellos interesados en el psiquiatra suizo C. G. Jung. Al mismo tiempo, me preguntaba si, quienes lo visitan, no habrán convertido a esta figura en una suerte de “nuevo mesías”. Demasiado a menudo había comprobado yo, en algunos sectores junguianos, una atmósfera de tipo “sectario”, lo que se aleja por completo, desde mi punto de vista, del objetivo primordial de toda la obra de Jung: la de permitir que el individuo tome contacto con la fuente creativa de su propio mundo interior (su Alma, a la que Jung denomina lo Inconsciente Colectivo), un mundo del que brotan imágenes simbólicas colmadas de un significado y de un sentido esenciales para la salud psíquica e, incluso, para el destino, tanto del individuo, cuanto del colectivo.  De ese modo, si uno continúa el genuino legado de Jung, se dirigirá hacia su propio Inconsciente, tomará contacto con los espíritus de sus ancestros (arquetipos, los denomina Jung) y encontrará en ellos la guía que su conciencia precisa. Tomará consciencia, experimentará en sí mismo, lo que Jung realizó en vida en su Torre de Bollingen, esto es, el contacto de su conciencia con lo Inconsciente, tras el necesario descenso del nivel mental, practicando la Imaginación Activa y diferenciando, cada vez más, aquella función generadora de símbolos, a la que Jung denominó Función Trascendente.


Pensaba para mis adentros que, continuar el legado de Jung no es, como muchos opinan, aprenderse de memoria sus trabajos y, como monos listos, repetirlos hasta la saciedad, haciendo gala de lo bien que uno reproduce los contenidos de sus obras. Si bien, leer la obra de Jung es importante, en el sentido de ser una conditio sine qua non, lo verdaderamente importante estriba en la realización de la propia individuación, para lo cual se precisa disponer de  un “lugar” apropiado, donde dedicar la vida entera a realizar  (es decir, a convertir en realidad) el Libro Rojo de cada uno, en donde dar nacimiento a la divinidad en el seno del Alma. Allí, en la interioridad de nuestra Alma, Dios se hace fecundo.

José A. Delgado visitando el Torreón de Bollingen.

Ahora, inmerso en mis vastas pesquisas, rememoro aquel acontecimiento sublime, tremendamente horroroso, dolorosamente desgarrador, en el que, a través de sueños y visiones, lo Inconsciente, entre otras muchas imágenes simbólicas,  me mostró la imagen de un antiguo libro, semejante a un manuscrito medieval, aunque sin ilustraciones, cuyas hojas semejaban las de un vetusto pergamino. Y comprendo, mejor que nunca, que esa es, en verdad, una imagen de mi propio Libro Rojo.  Por eso, cada uno ha de descubrir cuál es su Camino (Tao), su proyecto vital, o el mito que vive en él. Y este mito es el suyo, único e intransferible. Aquél que no comprenda esto, según mi experiencia, tarde o temprano caerá de su desatinada e impracticable impostura.

Pero la experiencia con los arquetipos, con los espíritus de nuestros ancestros, resulta demasiado onerosa, tremendamente humillante para la conciencia moderna, que se ha erigido en dueña y señora del mundo y del alma. Y es que, lo que ellos nos “dicen”, nos “indican”, nos “muestran”, nos “revelan”, en multitud de ocasiones, rompe la imagen del mundo de nuestra consciencia. Y, las más de las veces, uno se enfrenta a situaciones que,  a nuestro yo, le resultarán terribles. Por ejemplo, un encuentro con el arquetipo de la sombra nos desvelará, o nos puede desvelar, al “asesino” o al “criminal” en potencia que uno podría llegar a ser, si las condiciones son propicias para que tal “asesino” emerja. Y esto, para el yo, es humillante. De igual modo, el arquetipo del anima, por ejemplo, puede “mostrarnos” que nuestra actitud para con las mujeres, en particular, y, para con lo femenino, en general, es misógina, pre-juiciosa y harto angosta. Y esta experiencia es, para el yo, muy humillante. O bien, una experiencia con lo Inconsciente puede enseñarnos que el yo apenas es una pequeña y diminuta luz, semejante a la llama de una vela, en la vasta inmensidad de nuestro mundo interior y/o exterior. Y esto, para una conciencia moderna, es tremendamente humillante.

Y, realizada esta digresión, regreso a mi visita a la Torre de Bollingen. Sobre la construcción del Torreón en Bollingen dice Jung, en Recuerdos, Sueños, Pensamientos, lo siguiente:

A través del trabajo científico fui asentando paulatinamente mis fantasías y los temas del inconsciente sobre terreno firme. Sin embargo, la palabra y el papel no me bastaron; necesitaba algo más. Tuve que reproducir en la piedra mis ideas más íntimas y mi propio saber, o hacer una confesión en piedra. Tal fue el principio del Torreón que me construí en Bollingen.” P. 230

A Jung le había fascinado desde siempre la orilla norte del lago de Zurich, así que, apenas hubo reunido el dinero suficiente para comprar el terreno en Bollingen, en 1922, se hizo con ello. Este terreno se encuentra en la región de San Meinrad, el solar perteneció al monasterio de Saint Gall y, según parece, antes de éste, ya fueron construidos otros templos en aquel lugar. Así que, por lo que vemos, la ubicación de la zona está relacionada con sus peculiares características.

Si bien, Jung, planeó, originalmente, la construcción de un edificio de un solo piso, con un hogar en el centro, los dormitorios a los lados, junto a los muros de la vivienda, sin electricidad, ni agua corriente, inspirándose en las cabañas africanas donde el fuego arde en el centro y la vida de toda la familia, los animales, etc., se desenvolvía alrededor de ese centro, pronto se dio cuenta de que aquella vivienda era demasiado primitiva para él. Así, construyó primero el Torreón circular en 1923. Este torreón significa, para Jung, una especie de Útero Materno de la Diosa, una modalidad labrada de Cueva o, también, el seno materno de una Virgen.

Bollingen, Suiza.

Sin embargo, con el paso del tiempo se percató de que, aquella construcción, el Torreón, no representaba la totalidad de su edificio psíquico, que aún había más que manifestar. Y, en 1927, tras cuatro años de trabajo, construyó una nueva edificación circular, un anexo en forma de torreón.


Poco tiempo después, Jung tuvo la sensación de que, aquellas construcciones, eran aún demasiado primitivas, y, en 1931, cuatro años después, el anexo se convirtió en un segundo Torreón. En este segundo torreón, reservó un espacio exclusivamente para él, de inspiración india, donde poder retirarse para meditar. En esta habitación aislada quedaba a solas consigo mismo y, allí, nadie podía acceder sin su autorización. Guardaba la llave celosamente siempre en su poder. Allí, en el transcurso de los años, Jung fue pintando las paredes en su afán de  expresar, de ese modo, las imágenes que le brotaban en su aislamiento (ejercitando una técnica de meditación que él denominó Imaginación Activa, que es una depuración de la “Imaginatio vera et no phantastica” del Opus alquimista). Por eso, aquella habitación,  como él mismo afirma “constituye un prisma de meditaciones  e imaginaciones –con frecuencia meditaciones muy desagradables y pensamientos asaz difíciles- un lugar de concentración espiritual”, donde entrar en contacto con la eternidad. Joseph Campbell explica el significado de esta construcción del siguiente modo: "El lugar en que ha nacido un héroe, donde ha realizado sus hazañas o donde ha regresado al vacío, es señalado y santificado. Allí se le erige un templo, con el cual se significa e inspira el milagro de la centralidad perfecta; porque éste es el lugar donde se inicia la abundancia. Porque alguien (en este caso, Carl G. Jung) en este lugar  descubrió la eternidad. Por lo tanto, este lugar puede servir como sostén para una meditación fructífera."

La casa de Carl Gustav Jung junto a la orilla del lago de Zurich, en Bollingen.


Cuatro años después, vuelve a sentir la necesidad de expresar la existencia de “algo más”, y construye una logia y un patio, junto al lago, lo que simbolizaba un espacio que se abría a la naturaleza y al cielo. Estas construcciones constituían la cuarta parte del conjunto arquitectónico y se hallaban separadas del triple complejo principal. El ala intermedia, oculta entre los dos Torreones, representaba para Jung su propio yo, por lo que levantó un segundo piso a esta edificación, representando así la supremacía de la conciencia, sobre el edificio completo, alcanzada en la vejez.

Fíjense que, de ese modo, el edificio entero está formado por cuatro diferentes alas, realizadas en el transcurso de doce años, lo que manifiesta una clara simbología solar. Por cierto que, la simbología que impregna mi última novela, titulada La Hermandad de los Iniciados, comparte con la construcción de la casa de Jung el simbolismo solar. Y, algo muy interesante, me serví, sin conocer en su momento estos datos, del mismo simbolismo para los capítulos y apartados de mi libro El retorno al Paraíso Perdido. La renovación de una cultura. Sendos libros constituyen, para mí, algo así como los dos torreones de mi edificio intelectual.

Ahora bien, la construcción del edificio de Bollingen surgió como si de un mándala se tratara. Es decir, no había una intención consciente de hacerlo así. Sino que surgió, en un acto creativo, tal cual le iba surgiendo a Jung. Del mismo modo que, cuando escribo un libro, no sé de antemano si será una novela, si un ensayo o si un híbrido. Simplemente surge como surge. Jung lo expresa del siguiente modo: “Construí la casa por partes aisladas y seguí siempre las respectivas necesidades concretas. Las conexiones íntimas no las medité nunca. Se podría decir que construí el torreón en una especie de sueño. Sólo posteriormente vi lo que había surgido y que ello poseía una forma razonable: un símbolo de la integridad psíquica. Se había desarrollado como si una vieja simiente hubiera germinado.” Y, como afirma J. Campbell "Ese tipo de templo se construye, por lo general, simulando las cuatro direcciones del horizonte del mundo y el santuario o altar en el centro (la Turn de Jung) es el símbolo del Punto Inagotable." Ese Punto Inagotable, Jung, sirviéndose de la terminología oriental, lo denominaría Sí-Mismo. Probablemente, Jung estaría de acuerdo con interpretar el significado de su casa-templo de Bollingen, tal y como lo expresa J. Campbell al referirse a los recintos sagrados, incluido su “Castillo-Templo” en el pueblo de Bollingen, rodeado de naturaleza y a la orilla del lago de Zurich.

De ahí que continúe diciendo:

 “En Bollingen estoy en mi propia esencia, en lo que a mí respecta. Aquí soy, por así decirlo, el “hijo primitivo de la madre”. Así se dice sabiamente en la alquimia, pues el “viejo”, el “primitivo” a quien experimenté ya de niño, es la personalidad número 2 que siempre ha vivido y vivirá (el espíritu de las profundidades, lo llama en otro lugar). Está al margen del tiempo y es  hijo de lo inconsciente maternal. En mis fantasías el “primitivo” adoptó la figura de Filemón y en Bollingen está vivo.”

Filemón es, para Jung, la imagen simbólica del arquetipo del Viejo Sabio, cuyo paralelo en las leyendas artúricas sería Merlín. La sabiduría proviene de este arquetipo, del Self, que representa el centro y, al tiempo, la totalidad de la psique, y nunca del yo, como centro de la conciencia, quien, para no incurrir en inflación, ha de adoptar para con el Viejo Sabio, el “primitivo”,  la actitud del puer aeternus, siempre dispuesto a aprender. Aquél que considera a este primitivo Viejo Anciano como egocéntrico, proyecta la situación en la que se encuentra su yo consciente en la figura del Anciano Sabio, incurriendo de ese modo en una grave inflación. La caída desde lo alto del Torreón (algo que viene muy bien representado en el arcano mayor número 16 del Tarot de Marsella, que lleva por nombre La Torre) es el destino que le espera a un yo en dicho estado. Una situación, por cierto, que ha conducido a nuestra cara civilización occidental-occidentalizada a la grave crisis de valores en la que está sumido el mundo y, como expresión de dicha crisis interior, a las crisis ecológica y económica. 


LA LÁPIDA DEL TORREÓN


En 1950, mientras construía el muro de separación del Jardín, para lo cual necesitaba piedras, encargó éstas a una cantera cercana. El constructor dictó las medidas exactas al cantero y este las anotó en una libreta, por lo que no había ningún atisbo de confusión. Pero cuando le llegaron las piedras en un barco y las hubo descargado en tierra, el constructor se indignó, porque se habían equivocado. Así que,  ordenó que se llevaran la piedra de inmediato y que trajeran la que él había solicitado. Pero Jung, al ver la piedra, les dijo que  la quería, que era su piedra angular. En lugar de tener tres cantos, como la que habían pedido, esta piedra “rechazada” poseía cuatro. Se trataba de un hexaedro de dimensiones muy superiores a las que el constructor había pedido al cantero.

Esa anécdota le hizo recordar a Jung un apotegma del alquimista Arnau Vilanova, que figura en su obra titulada El Rosario de los Filósofos y que dice lo siguiente:

Primera inscripción realizada por C. G. Jung en la lápida que hay junto a su Torreón, en Bollingen. El último fragmento lo cinceló a sus 75 años.

Hic lapis exilis extat, pretio quoque vilis. Spernitur a stultis, amatur plus ab edoctis.
(Aquí está la piedra, la insignificante. Ciertamente vale poco en cuanto a precio. Será desdeñada por los ignorantes, pero tanto más amada por los sabios. O, también: Esta insignificante piedra apenas tiene valor. Los necios la desprecian mientras los sabios la codician.)

Estas palabras de Arnaldo Vilanova se refieren al Lapis, a la piedra filosofal, que rechazan y desprecian los ignorantes. Un texto que nos recuerda al que figura en Mateo 21:42 y en el Salmo 118.22, presagiando esta anécdota de Jung, y que dice así:

“La piedra que los constructores rechazaron llegó a ser la cabeza y esquina del edificio: la piedra angular. Esa es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos.”

La segunda cara de la piedra labrada por Carl Gustav Jung en su casa de Bollingen.

En la superficie anterior de la piedra, Jung esculpió un pequeño círculo que simulaba un ojo que miraba y, en el centro, a modo de pupila, colocó un pequeño hombrecillo,  un cabir o Telesforo, hijo de Asclepio-Esculapio, cubierto por un abrigo y una capucha, portando una lámpara. En el centro de este homúnculo aparece un símbolo, el del mercurio alquímico-astrológico, lo que nos indica el lugar central de Hermes-Mercurio en la Obra alquímica de la unión de los opuestos, del Sol y de la Luna, siendo  una especie de guía o de psicopompo, en lo que Jung denominó proceso de Individuación. Un proceso que, como la Obra alquimista, conduce a la más completa realización del Individuo. De ahí que, en la piedra, estén cincelados los símbolos de los siete planetas conocidos en la antigüedad: el Sol y Júpiter, en conjunción, a la derecha; Venus y la Luna a la izquierda; Saturno, sobre el hombrecillo y Marte, justo debajo. A esta figura mercurial, Jung le dedicó varias palabras, que le brotaron a la mente mientras la esculpía:

“El tiempo es un niño- juguetón como un niño- jugando al ajedrez- el reino del niño- Este es Telesforo, que recorre las oscuras regiones de este cosmos y brilla como una estrella procedente de las profundidades. Indica el camino hacia las puertas del sol y al país de los sueños.”

La primera frase pertenece a Heráclito; la segunda, alude a la liturgia de Mitra y la última es del canto 24, verso 12, de la Odisea de Homero.

De acuerdo con el proceso simbólico representado en la alquimia por la transformación del plomo en oro, que es a lo que parece aludir el grabado que hizo Jung en su lápida, como símbolo de la iluminación o de la salvación del individuo, la Opera alquimista acontece en cuatro fases esenciales, representadas por cuatro colores: nigredo o ennegrecimiento, cuyo color es el negro, y está relacionado con Saturno (bilis negra), que es la etapa de purgación de los deseos de la carne, los sentimientos de culpa, el origen o materia prima, en la que están contenidas las energías inmanifestadas; albedo, emblanquecimiento o bautismo, que es el primer magisterio o pequeño misterio, donde se produce la primera transformación; rubedo, enrojecimiento representado por el azufre y relacionado con el planeta Júpiter y con el Sol (fíjense que ambos planetas están agrupados en el mismo lado, en la piedra),  dominado por la pasión o el A-mor; por último, la aparición del oro. La primera operación que acontece en el proceso alquímico, tal y como afirma Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de Símbolos, es la llamada calcinatio o calcinación de la materia, lo que representa simbólicamente la muerte del profano, del individuo identificado con el mundo manifiesto y sumido en un estado de ignorancia y estulticia; la segunda operación, o putrefactio, se corresponde con la separación de los elementos destruidos, la purgación de los instintos y deseos por los bienes de este mundo; la solutio, o solución, expresa la purificación de la materia prima; la destilatio, es la destilación de la materia purificada, esto es, la separación de los factores que llevarán a la iluminación o salvación; la conjuctio o coincidentia oppositorum, como unión interna de los principios contrarios, masculino y femenino, o conciencia e inconsciente; la sublimatio simboliza la fase de sufrimiento derivada de la entrega a la obra y de la vivencia de la escisión mística del mundo, simbolizado por el mito de Prometeo y por la lucha del dragón alado (Cielo) y del dragón sin alas (Tierra). La última operación es la coagulatio, coagulación o reunión en una unidad inseparable de ambos principios contrarios, lo fijo y lo volátil, lo masculino y lo femenino, lo efímero y lo sempiterno. Esta evolución alquímica viene resumida en la máxima solve et coagula, dando a entender la importancia de analizar, separar, escindir o disolver todo lo inferior que hay en el alma humana, aunque uno tenga que “romperse”, en parte, al hacerlo; posteriormente, tiene lugar la coagulación o unión de lo separado, y previamente purificado, en la operación anterior. De ello se sigue que, el ser que uno es al inicio del proceso, se transforma en otro completamente distinto. Así, el hombre corporal que uno fue se transforma en el hombre espiritual, es más, se transforma en el ser dúplex, andrógino, un ser que es, a la par, material y espiritual. El individuo así concebido espiritualiza la materia y materializa el espíritu, observa lo que sucede en el mundo material, como si de una representación simbólica del mundo arquetipal se tratara, y corporiza o manifiesta los mensajes espirituales que recibe de lo Inconsciente. Este proceso de individuación, como impulso espiritual en el ser humano, parece buscar la realización de la totalidad del individuo. De ahí que, Javier Melloni, en su libro El Cristo interior, afirme lo siguiente: “El conocimiento de la verdad se revela como una aventura que implica a la totalidad de la persona. Por eso, la verdad transforma: porque llega la raíz donde se forma nuestra percepción de la realidad. Pero esa verdad está apenas comenzada. Vivir en verdad nos libera de las diferentes dependencias que bloquean nuestro potencial.”
En la tercera cara, que mira hacia el lago, Jung dejó que se expresara el Lapis dentro de él, es decir, el centro, el Sí-Mismo, y esculpió lo siguiente:

Tercera cara de la lápida labrada por C. G. Jung, en Bollingen, Suiza.
































Soy huérfano, estoy solo; sin embargo, se me encuentra en todas partes. Soy una unidad pero contrapuesto a mí mismo. Soy joven y anciano a la vez. No he conocido padre ni madre, porque se me tuvo que extraer de las profundidades como a un pez. O porque caí del cielo como una piedra blanca. Voy vagando por bosques y montañas, pero estoy oculto en lo más íntimo del hombre. Soy mortal como todos, sin embargo, no me afecta el curso de los tiempos.

Como colofón, colocó, bajo el versículo de Arnaldo de Vilanova de la primera cara que labró, las siguientes palabras (véase la primera imagen):

IN MEMORIAM NAT[ivitati]S DIEI LXXV C G JUNG EX GRAT[itudine] FEC[it] ET POS[uit] A[nn]O MCML.

“En memoria de su 75 aniversario C. G. Jung lo ha hecho y colocado en 1950 en acción de gracias.”

Esta lápida de piedra se encuentra colocada fuera del torreón y Jung la consideró una especie de manifestación de lo que aquél significaba para él: Una manifestación de su morador, que permanece, sin embargo, incomprendido por los hombres.”

Esta lápida de piedra, encarnación del Lapis philosophorum, es una manifestación del Cristo interior, una expresión de lo que Jung denominó Self, el arquetipo de la Unidad “totipotencial”, del Tao como arquetipo del Sentido último de la existencia.


El vídeo que a continuación les dejo lo filmó, en el verano de 1950, el cineasta y compositor Jerome Hill en el Torreón de Bollingen. Aquí mostramos la edición realizada en 1991 por Mekas, en Versión Original.


Jung lee lo que él mismo acaba de esculpir en la piedra de Bollingen, la escultura cúbica que creó ese año con motivo de su 75 cumpleaños y que resume todo lo que hemos dicho en este ensayo.



Para finalizar este ensayo, me gustaría mencionar aquí que, para comprender lo que son los arquetipos, y sus efectos sobre la materia y el espíritu, el Alma y el Mundo, el ámbito de la abstracción, que le es tan caro a la función del pensamiento, nunca llegará a captar su escurridiza esencia. Tan escurridiza como lo es uno de sus símbolos más conspicuos, el pez. Para tener un atisbo de lo que es un arquetipo, entendido en sentido junguiano, se precisa la experiencia y la función de la intuición. El pensamiento, una vez experimentado el arquetipo y captada su esencia por intermediación de la intuición, puede comenzar a describir y a analizar lo que ha experimentado. Sin esos pasos previos, la experiencia (hechos psíquicos) y la intuición (que ve más allá del objeto), jamás se logrará comprender lo que es un arquetipo. De ahí que, toda reflexión filosófica no alcance nunca a comprender lo que es un arquetipo. Es como describir y analizar un territorio sin haber estado nunca en él.

Sobre este último asunto, sobre la necesaria experiencia para acceder a la comprensión de lo Inconsciente, William James, en 1905, pronunció una conferencia titulada Razón y Fe que, pese al tiempo transcurrido, no ha perdido un ápice de actualidad.

Pueden encontrar más información sobre el contenido simbólico de la lápida labrada por Jung en su casa de Bollingen, en el enlace del muy recomendable blog Lingua Passerum (El lenguaje de los pájaros).

© 2011 José González. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.
 Ensayo escrito por 

miércoles, 17 de agosto de 2011

EL TORREÓN DE BOLLINGEN DE C. G. JUNG Y SU SIMBOLOGÍA

Retomo en esta entrada mis memorias sobre nuestra visita a la casa que construyó C. G. Jung en el pueblecito suizo de Bollingen. Después de haber realizado montañismo y subido a lo alto de una de las montañas de los Alpes suizos, de cerca de 3.000 metros de altitud, partimos de Grindelwald en dirección a Bollingen y, posteriormente, a Küsnacht, donde está enterrado C. G. Jung

Mientras nos dirigíamos hacia la finca de Bollingen, venía pensando en la multitud de curiosos que habrán visitado este lugar. Me decía que, este lugar, parecía haberse convertido en una especie de centro de peregrinación de aquellos interesados en el psiquiatra suizo C. G. Jung. Al mismo tiempo, me preguntaba si, quienes lo visitan, no habrán convertido a esta figura en una suerte de “nuevo mesías”. Demasiado a menudo había comprobado yo, en algunos sectores junguianos, una atmósfera de tipo “sectario”, lo que se aleja por completo, desde mi punto de vista, del objetivo primordial de toda la obra de Jung: la de permitir que el individuo tome contacto con la fuente creativa de su propio mundo interior (su Alma, a la que Jung denomina Inconsciente Colectivo), un mundo del que brotan imágenes simbólicas colmadas de un significado y de un sentido esenciales para la salud psíquica e, incluso, para el destino, tanto del individuo, cuanto del colectivo.  De ese modo, si uno continúa el genuino legado de Jung, se dirigirá hacia su propio Inconsciente, tomará contacto con los espíritus de sus ancestros (arquetipos, los denomina Jung) y encontrará en ellos la guía que su consciencia precisa. Tomará consciencia, experimentará en sí mismo, lo que Jung realizó en vida en su Torre de Bollingen, esto es, el contacto de su conciencia con lo Inconsciente, tras el necesario descenso del nivel mental, practicando la Imaginación Activa y diferenciando, cada vez más, aquella función generadora de símbolos, a la que Jung denominó Función Trascendente.

Pensaba para mis adentros que, continuar el legado de Jung no es, como muchos opinan, aprenderse de memoria sus trabajos y, como monos listos, repetirlos hasta la saciedad, haciendo gala de lo bien que uno reproduce los contenidos de sus obras. Si bien, leer la obra de Jung es importante, en el sentido de ser una conditio sine qua non, lo verdaderamente importante estriba en la realización de la propia individuación, para lo cual se precisa disponer de  un “lugar” apropiado, donde dedicar la vida entera a realizar  (es decir, a convertir en realidad) el Libro Rojo de cada uno, en donde dar nacimiento a la divinidad en el seno del Alma. Allí, en la interioridad de nuestra Alma, Dios se hace fecundo.

Ahora, inmerso en mis vastas pesquisas, rememoro aquel acontecimiento sublime, tremendamente horroroso, dolorosamente desgarrador, en el que, a través de sueños y visiones, lo Inconsciente, entre otras muchas imágenes simbólicas,  me mostró la imagen de un antiguo libro, semejante a un manuscrito medieval, aunque sin ilustraciones, cuyas hojas semejaban las de un vetusto pergamino. Y comprendo, mejor que nunca, que esa es, en verdad, una imagen de mi propio Libro Rojo.  Por eso, cada uno ha de descubrir cuál es su Camino (Tao), su proyecto vital, o el mito que vive en él. Y este mito es el suyo, único e intransferible. Aquél que no comprenda esto, según mi experiencia, tarde o temprano caerá de su desatinada e impracticable impostura.

Pero la experiencia con los arquetipos, con los espíritus de nuestros ancestros, resulta demasiado onerosa, tremendamente humillante para nuestra conciencia. Porque, lo que ellos nos “dicen”, nos “indican”, nos “muestran”, nos “revelan”, en multitud de ocasiones, rompe la imagen del mundo de nuestra consciencia. Y, las más de las veces, uno se enfrenta a situaciones que,  a nuestra consciencia, le resultarán terribles. Por ejemplo, un encuentro con el arquetipo de la sombra nos desvelará, o nos puede desvelar, al “asesino” o al “criminal” en potencia que uno podría llegar a ser, si las condiciones son propicias para que tal “asesino” emerja. Y esto, para nuestro ego, es humillante. De igual modo, el arquetipo del anima, por ejemplo, puede “mostrarnos” que nuestra actitud para con las mujeres, en particular, y, para con lo femenino, en general, es misógina, pre-juiciosa y harto angosta. Y esta experiencia es, para nuestro ego, muy humillante. O bien, una experiencia con lo Inconsciente puede enseñarnos que, nuestro ego, apenas es una pequeña y diminuta luz, semejante a la llama de una vela, en la vasta inmensidad de nuestro mundo interior y/o exterior. Y esto, para una conciencia moderna, es tremendamente humillante.

Y, realizada esta digresión, regreso a nuestra visita a la Torre de Bollingen. Sobre la construcción del Torreón en Bollingen dice Jung en Recuerdos, Sueños, Pensamientos lo siguiente:

A través del trabajo científico fui asentando paulatinamente mis fantasías y los temas del inconsciente sobre terreno firme. Sin embargo, la palabra y el papel no me bastaron; necesitaba algo más. Tuve que reproducir en la piedra mis ideas más íntimas y mi propio saber, o hacer una confesión en piedra. Tal fue el principio del Torreón que me construí en Bollingen.” P. 230

A Jung le había fascinado desde siempre la orilla norte del lago de Zurich, así que, apenas hubo reunido el dinero suficiente para comprar el terreno en Bollingen, en 1922, se hizo con ello. Este terreno se encuentra en la región de San Meinrad, el solar perteneció al monasterio de Saint Gall y, según parece, antes de éste, ya fueron construidos otros templos en aquel lugar. Así que, por lo que vemos, la ubicación de la zona está relacionada con sus peculiares características. En el vídeo del programa Cuarto Milenio, dedicado a la figura de C. G. Jung, dirigido y presentado por Iker Jiménez, que verán a continuación, mencionan también este extremo.


Si bien, Jung planeó, originalmente, la construcción de un edificio de un solo piso, con un hogar en el centro, los dormitorios a los lados, junto a los muros de la vivienda, sin electricidad, ni agua corriente, inspirándose en las cabañas africanas donde el fuego arde en el centro y la vida de toda la familia, los animales, etc., se desenvolvía alrededor de ese centro, pronto se dio cuenta de que aquella vivienda era demasiado primitiva para él. Así, construyó primero el Torreón circular en 1923. Este torreón significa, para Jung, una especie de Útero Materno de la Diosa, una modalidad labrada de Cueva o, también, el seno materno de una Virgen.

Sin embargo, con el paso del tiempo se percató de que, aquella construcción, el Torreón, no representaba la totalidad de su edificio psíquico, que aún había más que manifestar. Y, en 1927, tras cuatro años de trabajo, construyó una nueva edificación circular, un anexo en forma de torreón.

Poco tiempo después, Jung tuvo la sensación de que, aquellas construcciones, eran aún demasiado primitivas, y, en 1931, cuatro años después, el anexo se convirtió en un segundo Torreón. En este segundo torreón, reservó un espacio exclusivamente para él, de inspiración india, donde poder retirarse para meditar. En esta habitación aislada quedaba a solas consigo mismo y, allí, nadie podía acceder sin su autorización. Guardaba la llave celosamente siempre en su poder. Allí, en el transcurso de los años, Jung fue pintando las paredes en su afán de  expresar, de ese modo, las imágenes que le brotaban en su aislamiento (ejercitando la meditación que él denominó Imaginación Activa). Por eso, aquella habitación,  como él mismo afirma “constituye un prisma de meditaciones  e imaginaciones –con frecuencia meditaciones muy desagradables y pensamientos asaz difíciles- un lugar de concentración espiritual”, donde entrar en contacto con la eternidad.

Cuatro años después, vuelve a sentir la necesidad de expresar la existencia de “algo más”, y construye una logia y un patio, junto al lago, lo que simbolizaba un espacio que se abría a la naturaleza y al cielo. Estas construcciones constituían la cuarta parte del conjunto arquitectónico y se hallaban separadas del triple complejo principal. El ala intermedia, oculta entre los dos Torreones, representaba para Jung su propio ego, por lo que levantó un segundo piso a esta edificación, representando así la supremacía de la conciencia, sobre el edificio completo, alcanzada en la vejez.

Fíjense que, de ese modo, el edificio completo está formado por cuatro diferentes alas, realizadas en el transcurso de doce años, lo que manifiesta una clara simbología solar. Por cierto que, la simbología que impregna mi última novela “La Hermandad de los Iniciados” comparte con la construcción de la casa de Jung el simbolismo solar. Y, algo muy interesante, me serví, sin conocer en su momento estos datos, del mismo simbolismo para los capítulos y apartados de mi libro El retorno al Paraíso Perdido. Ambos libros constituyen, para mí, algo así como los dos Torreones de mi edificio intelectual.





Ahora bien, la construcción del edificio de Bollingen surgió como si de un mándala se tratara. Es decir, no había una intención consciente de hacerlo así. Sino que surgió, en un acto creativo, tal cual le iba surgiendo a Jung. Del mismo modo que, cuando escribo un libro, no sé de antemano si será una novela, si un ensayo o si un híbrido. Simplemente surge como surge. Jung lo expresa del siguiente modo: “Construí la casa por partes aisladas y seguí siempre las respectivas necesidades concretas. Las conexiones íntimas no las medité nunca. Se podría decir que construí el torreón en una especie de sueño. Sólo posteriormente vi lo que había surgido y que ello poseía una forma razonable: un símbolo de la integridad psíquica. Se había desarrollado como si una vieja simiente hubiera germinado.”

De ahí que continúe diciendo:

 “En Bollingen estoy en mi propia esencia, en lo que a mí respecta. Aquí soy, por así decirlo, el “hijo primitivo de la madre”. Así se dice sabiamente en la alquimia, pues el “viejo”, el “primitivo” a quien experimenté ya de niño, es la personalidad número 2 que siempre ha vivido y vivirá (el espíritu de las profundidades, lo llama en otro lugar). Está al margen del tiempo y es  hijo de lo inconsciente maternal. En mis fantasías el “primitivo” adoptó la figura de Filemón y en Bollingen está vivo.”

Arcano 16 del Tarot de Marsella. La Torre.

Filemón es, para Jung, la imagen simbólica del arquetipo del Viejo Sabio, cuyo paralelo en las leyendas artúricas sería Merlín. La sabiduría proviene de este arquetipo, del Self, que representa el centro y, al tiempo, la totalidad de la psique, y nunca del Ego, de la conciencia, quien, para no incurrir en inflación, ha de adoptar para con el Viejo Sabio, el “primitivo”,  la actitud del puer aeternus, siempre dispuesto a aprender. Aquél que considera a este primitivo Viejo Anciano como egocéntrico, proyecta la situación en la que se encuentra su conciencia o su ego en la figura del Anciano Sabio, incurriendo de ese modo en una grave inflación. La caída desde lo alto del Torreón (algo que viene muy bien representado en el arcano mayor número 16 del Tarot de Marsella, que lleva por nombre La Torre) es el destino que le espera a un ego en dicho estado. Una situación, por cierto, que ha conducido a nuestra cara civilización occidental-occidentalizada a la grave crisis en la que está sumido el mundo.







miércoles, 10 de agosto de 2011

VISITANDO LA TORRE DE BOLLINGEN DE CARL G. JUNG



Con esta entrada hago un inciso en la crónica sobre mi viaje de luna de miel a Costa Rica, para hablar de la visita que hice con mi esposa el pasado mes de julio del 2011, a la localidad de Bollingen, en Suiza, para ver tanto el pueblo, cuanto la Torre de Bollingen, que Carl G. Jung construyó en piedra, una suerte de Templo personal. Para no extenderme demasiado, escribiré varias entradas relacionadas con mi visita, tanto a Bollingen, cuanto a su tumba en Küsnacht. Un artículo completo sobre la Torre de Bollingen y su significado para Jung, titulado Símbolos de Transformación en el Torreón de Bollingen, puedes consultarlo pinchando aquí


En Bollingen estoy en el centro de mi propia vida, soy mucho más yo mismo. Por momentos siento que soy parte del paisaje y que estoy dentro de las cosas, que estoy viviendo en cada árbol, en el batir de las olas, en las nubes, en los animales que van y vienen, en la sucesión de las estaciones”.   C. G. Jung.

En mi último viaje con mi esposa por la vieja Europa, y tras visitar Montségur (el monte seguro), último bastión cátaro, Carcassone, los Alpes franceses, y los suizos en Interlaken (entrelagos), donde hicimos montañismo en Grindelwald, después de haber tomado un teleférico durante más de 25 minutos al alto de Firsbahn; decía que, después de visitar todos estos lugares,  nos dirigimos hacia el poblado de Bollingen, el lugar en que construyó Carl Gustav Jung su Torre. Se trata de un pequeño poblado, con una bonita Iglesia, dispone de un carril para bicis y peatones que discurre paralelo a la vía del tren, y que pasa frente a la parcela de Jung. Desde aquí, realizamos algunas fotos.

Detrás de mí se encuentra la parte superior de la Torre de Bollingen.

Según los datos de que disponemos, Jung compró la finca de Bollingen tras la muerte de su madre, en el año 1921: “Desde el comienzo, yo sabía que me iba a construir una casa cerca del agua. Pero no fue hasta 1921 que compré un terreno en Bollingen”, afirma Jung en su autobiografía.
En esta foto apreciamos tanto el tejado del Torreón, cuanto una segunda parte de la casa de Carl G. Jung, en Bollingen.

Lamentablemente para los curiosos, esta propiedad, que alberga el pequeño "castillo" que edificó Jung en vida, pertenece a sus herederos y no está abierta al público. Aunque reconozco que me hubiera gustado acceder al interior de la parcela, ver el "castillo" en su totalidad y, eventualmente, entrar en su interior, no sólo para ver la estructura de la casa, así como su decoración, sino también para sentir las "energías" (o los espíritus) que allí se manifiestan (y que se le manifestaron a Jung), soy muy consciente de que, el mismo Jung, ya advirtió en vida que ese era un lugar para su retiro, donde quería estar en soledad, para acceder a las profundidades de lo Inconsciente Colectivo psicoideo, hablar con los espíritus de sus antepasados y manifestar sus experiencias con el ámbito de los espíritus-arquetipos en su Libro Rojo o Liber Novus. A fin de cuentas, también yo dispongo de mi "Templo" particular, en donde estoy en soledad y no deseo que nadie perturbe mi quietud. Así que, me contenté con hacer algunas fotos desde fuera del recinto, a la parte del edificio que sobresalía de entre la espesa vegetación arbórea que rodea la vivienda, así como a la orilla del lago de Zurich más cercana al edificio. 
A orillas del lago de Zurich se encuentra la casa de Carl G. Jung.

Jung comenzó construyendo este "castillo" por la primitiva torre de piedra, que consideró su Turn ("Torre"), y que es la que aparece en la fotografía que logré hacer desde la valla que delimita la finca, hoy propiedad de sus herederos. Posteriormente, en un período de doce años, fue añadiendo tres edificios a la estructura original, en lo que representa su concepción de la estructura de la psique. Joseph Campbell explica el significado de esta construcción del siguiente modo: "El lugar en que ha nacido un héroe, donde ha realizado sus hazañas o donde ha regresado al vacío, es señalado y santificado. Allí se le erige un templo, con el cual se significa e inspira el milagro de la centralidad perfecta; porque éste es el lugar donde se inicia la abundancia. Porque alguien en este lugar (en este caso, Carl G. Jung) descubrió la eternidad. Por lo tanto, este lugar puede servir como sostén para una meditación fructífera."  Hago un paréntesis aquí, para comentar que esto es exactamente lo que hicimos Maribel y yo, en las ruinas de Montségur, donde visualicé un centro del que emanaba energía que se extendía en círculos concéntricos, a modo de ondas, aproximadamente en el centro del ahora ruinoso edificio, y cuyas paredes de piedra favorecían que esas energías telúricas resonaran y nos atravesaran una y otra vez. Este es, desde luego, uno de esos lugares de los que habla J. Campbell. Ahora, realizado este inciso, continuemos con la explicación de Campbell acerca del significado simbólico de estos santuarios. "Ese tipo de templo se construye, por lo general, simulando las cuatro direcciones del horizonte del mundo y el santuario o altar en el centro (la Turn de Jung) es el símbolo del Punto Inagotable." Ese Punto Inagotable, Jung, sirviéndose de la terminología oriental, lo denominaría Sí-Mismo. Probablemente, Jung estaría de acuerdo con interpretar el significado de su casa-templo de Bollingen, tal y como lo expresa J. Campbell al referirse a los recintos sagrados, incluido su “Castillo” en el pueblo de Bollingen, rodeado de naturaleza y a la orilla del lago de Zurich.

En esta foto se observa más de cerca parte del edificio que construyó Carl G. Jung en Bollingen.